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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuentos de hoy y de siempre

Cuento y crueldad han ido mucho más juntos de lo que pudiera pensarse, algo que 'Cuéntame un cuento' lleva hasta sus últimas consecuencias

Ángel S. Harguindey

Juan Benet solía decir que le encantaría ser ministro del Interior durante 24 horas para poder encarcelar a Maurice Chevalier y a Walt Disney. Ferlosio compartía la fobia al dibujante animado al que consideraba uno de los culpables de dos desastres: las pesadillas infantiles y el edulcorar la realidad.

Lo cierto es que cuento y crueldad han ido mucho más juntos de lo que pudiera pensarse: la muerte de la madre de Bambi, los temores de Caperucita ante el acoso del lobo, la bruja malvada de Blancanieves, los niños abandonados por sus padres en el bosque, esos tres cerditos al borde del abismo..., algo que los argentinos y productores ejecutivos de la serie Cuéntame un cuento (Antena 3), Edi Walter y Fernando Bassi, han llevado hasta sus últimas consecuencias: "A través del thriller psicológico y policial, la ficción recrea los escenarios de los cuentos y da vida a sus protagonistas, siempre con la compañía de un narrador omnisciente quien, declamando los pasajes de las leyendas, marca el tono, a veces perverso, de cada una de las reimaginaciones", explica la cadena.

El primero de los cinco capítulos autónomos de la serie, Los tres cerditos, sitúa a los personajes en un tiempo contemporáneo y en un paisaje urbano. El arranque es perfectamente verosímil, incluso cotidiano: el atraco a una joyería. Bien realizada por Miguel Ángel Vivas, correctamente interpretada aunque, quizá, con un Arturo Valls que no ha sabido desprenderse del todo de su alter ego, el presentador gracioso de concursos y shows, la acción transcurre en unos ambientes ilocalizables, asépticos y funcionales, suponemos que con un afán de ventas internacionales.

La adaptación al cuento original es respetuosa y peculiar: los tres hermanos porcinos conforman un fresco de estereotipos actuales: drogadicto y rockero el menor, inútil y pringado el mediano y ladrón de altos vuelos el mayor. El lobo, por su parte, es una especie de homenaje al típico personaje de comedia sentimental estadounidense (un arquitecto con casa confortable, cocina enorme y, siempre, gran envase de zumo de naranja en la nevera, etcétera) reconvertido en un vengador solitario. Es el Charles Broson de la fábula bien interpretado por Víctor Clavijo.

Quizá la vuelta de tuerca esencial de la serie es el alejamiento de la dicotomía moral. La radical división de "buenos" y "malos" que es nítida en las narraciones clásicas infantiles, en la serie, al menos en su primer capítulo, es más turbia, menos maniquea. En resumen: una serie formalmente digna y narrativamente eficaz.

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