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‘On the Road’

El presidente extremeño ha sido acusado repentinamente de viajar mogollón de veces en el pasado desde la aridez extremeña a la calidez canaria a costa del presupuesto del Senado

Carlos Boyero

El personaje se llama Frank Underwood, un sureño que descubrió que el poder era la única droga que le interesaba. Dueño de una inteligencia diabólica y cínica, encontró en la política el vehículo ideal para tocar el cielo y mantenerse en él. También se casó con su alma gemela, sabedores ambos de que todo se puede comprar y vender. Es el protagonista de la serie House of Cards y ese personaje apasionante, temible y repulsivo solo podría interpretarlo inmejorablemente el careto, la actitud, el sarcasmo y el talento de un actor como Kevin Spacey. Underwood es el gran urdidor, manipulador y auténtico dueño del Partido Demócrata en el Congreso. No precisa de ideología, es amoral, triunfaría en cualquier época, partido político y país. No hay que ser un lince para imaginar que sus modelos serían Fouché, Beria y algún otro extraordinario profesional de la infamia.

Una de las especialidades de este hombre para destruir a los que se sublevan o no controla absolutamente es la filtración de mentiras, medias verdades y verdades. Utiliza múltiples canales, pero siente debilidad por una periodista joven, osada y pragmática con la que también intercambia fluidos además de información y desinformación.

¿Por qué estaré pensando en político tan sofisticado cuando aquí todo es tan cutre? Ya me acuerdo. Es por la noticia de que el presidente extremeño, ese pepero tan raro que coleguea con los diablos rojos, insinúa que podría pactar con los bárbaros que ya pueden pero aún van a poder más, no le gusta que su casto y humanista partido ande reformando leyes del aborto y posee heterodoxas opiniones sobre las verdades intocables que proclama la Biblia de su cristalino partido, haya sido acusado repentinamente de viajar mogollón de veces en el pasado desde la aridez extremeña a la calidez canaria a costa del presupuesto del Senado, haciendo presunto turismo, como tantos otros de la casta que solo se atrevían a pecadillos leves.

Y hasta el más lerdo intuye que la puñalada viene de su propia iglesia. Prescindiendo de que el desmán sea cierto o no, las declaraciones de Monago han sido tragicómicas. Lo de “dimitir sería una dejación de responsabilidades” es fatigoso, pero su homenaje a Miguel Ríos y a Kerouac con “lo que he hecho yo es vivir en la carretera” roza lo patético.

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