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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Valles y colinas

En la búsqueda de la literatura profunda bajo la mejor televisión no conviene olvidarse de que cabe usar la ya publicada como puente para su popularización

David Trueba
Ramiro Pinilla
Ramiro Pinilla

Se especula con la profundidad literaria de las series de televisión. La mayoría de los rastreos llevan a Shakespeare, porque se centró en las miserias cotidianas del poder, la familia, la ambición y la fama. Pero hay más. Ahora triunfa la serie Leftovers, que es pieza particular de un novelista, Tom Perrota, que en su viaje entre el cine y la literatura dejó dos joyas de la tragicomedia costumbrista norteamericana: las películas Election y Little Children. En España el recurso a la literatura fue una fuente de algunas de las más memorables series de televisión y, sin embargo, la falta de ambición impide que en la última década se hayan levantado versiones televisivas de clásicos como fueron Fortunata y Jacinta, La Regenta, Los gozos y las sombras, La forja de un rebelde, Crónica del alba.

En la hora de la muerte de Ramiro Pinilla vuelve la sensación de sorpresa cuando irrumpió su trilogía Verdes valles, colinas rojas, con una literatura desbordada, que era fruto del ostracismo elegido, de la dedicación y un talento narrativo al alcance de pocos. El exceso era en este caso una virtud, que llegaba de improviso, en un panorama que suele ceñirse a lo prejuicioso. Y desde ese primer instante estaba pidiendo a gritos que el canal vasco levantara un serial magnífico con esos materiales, ambicioso, rico, épico y carnal. Existe demasiada prisa por revertir lo invertido en beneficio, y así la televisión española ya no sabe cocinar a fuego lento, pero qué sería de la BBC sin su inversión en grandes documentales rodados en décadas de trabajo y la ambiciosa serialización de los clásicos de su literatura.

En la recuperación de la obra de Ramiro Pinilla aparecieron materiales que había autopublicado en cumplimiento de la dulce condena de la insumisión. Y allí se alzaba de nuevo la peripecia real de Antonio B, el Ruso, que habría sido otro serial magnífico sobre la historia paralela de los españoles pobres. Cuenta su editor, Juan Cerezo, que murió feliz solucionando tramas de novelas por venir, porque la narrativa de Ramiro Pinilla delataba un espectador atento de cine clásico. En la búsqueda de la literatura profunda bajo la mejor televisión no conviene olvidarse de que cabe usar la ya publicada como puente para su popularización y garantía de perpetuidad.

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