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Hasta que la seriedad los separe

Diego San José y Borja Cobeaga son un matrimonio profesional que flota en el éxito

Isabel Valdés
Diego San José (i) y Borja Cobeaga (d).
Diego San José (i) y Borja Cobeaga (d). Kike Para

¡Orgasmus!

No, la palabra no existe, aunque la asociación no es difícil. Esta exclamación abre las 302 páginas de un libro casi tan hilarante como sus creadores, Borja Cobeaga (1977, San Sebastián) y Diego San José (1978, Irún), los guionistas de Ocho apellidos vascos, que parecen —y son— más un matrimonio que una pareja profesional. Ahora mudan su particular humor al papel. Ámsterdam es la ciudad en la que se desarrolla Venirse arriba (Planeta), la intensa historia de amor Erasmus de Miguel, estudiante de Empresariales, salpicada por un padre inoportuno que se planta en el piso compartido de su hijo al final de su beca para hacerle la conquista de Marion, una francesa de pelo rubio, un poco más difícil. O no.

Media docena de cámaras y otros tantos fotógrafos rodean a Cobeaga y San José en el Teatro Galileo por la presentación del libro la mañana del pasado martes, en la que los acompaña José Mota. Después de la película que los ha cincelado en la fama, ya no pasan desapercibidos. Lo que hagan a partir de ahora está expuesto, hasta ahora más que nunca, a la crítica y al elogio. No les importa, ambos creen que Ocho apellidos vascos es un hijo maravilloso que sólo puede traer cosas buenas. Y además, esa expectativa les espolea: "Me pone muy cachondo. Me obliga a sacar lo mejor", sentencia San José.

La única entrevista de trabajo que Diego San José ha hecho en su vida, se la hizo Cobeaga mientras formaba el equipo de guionistas de Vaya semanita

Se conocieron en 2003. Hoy, no existe nadie para ninguno de los dos con quien puedan pasar más horas de su vida. "Matemáticamente es imposible", explica Diego San José. Escriben juntos, comen juntos, salen juntos, miran al techo juntos, se bloquean juntos y tienen éxito juntos. "A veces Diego me es infiel", sonríe Borja Cobeaga, refiriéndose a otros proyectos en los que San José participa sin él. Lo suyo fue amor a primera vista, un flechazo en un despacho en el que Cobeaga se sentaba en el sillón alto y al otro lado, en la silla reducida, Diego San José luchaba por conseguir uno de los huecos en el equipo de guionistas de Vaya Semanita para la ETB, la cadena vasca: "La única entrevista de trabajo que he hecho en mi vida". Cobeaga fue quién lo puso en marcha: "Y supe desde el segundo tres que Diego iba a formar parte del equipo". Quizás Cupido haya acertado pocas veces tan de lleno.

"En la comedia debe ser así. El humor o lo compartes o no lo compartes. Si conectas a la primera, está ahí para siempre, y si no, no se dará nunca. Nosotros conectamos", argumenta San José. "Aunque también hay mucho de rutina", contrapone Cobeaga, "la conexión también se trabaja y también la dan las miles de horas que pasamos juntos. Cuando nos quedamos en blanco, vivimos también esos silencios de los matrimonios que no hablan entre ellos". Eso sí, ya son un maridaje camino de la madurez. "Ya no cunde el pánico cuando no surgen ideas", se ríe Cobeaga.

Ocho apellidos vascos ha sido la película que los ha lanzado a la fama.

Pasó Vaya semanita, llegó Pagafantas, y le sucedió No controles sin mucho éxito y después, Ocho apellidos vascos, que empezó como una comedia más. Podía ser éxito o medianía. Fue lo primero. Se afianzó la relación, tal vez porque mantienen sus rutinas: "Cuando nos quedamos atascados, desde Vaya semanita, nos ponemos a hablar por el chat de Gmail. Nos vemos obligados a teclear para salir del bloqueo. A veces desaparece bebiendo vino en la comida y otras con el Gmail", teclea en el aire Cobeaga.  

¿Cuánto dudaron cuando les propusieron, desde la Editorial Planeta, hacer un libro? "Bastante", sisea San José. "Mucho", corrobora a su lado Cobeaga. La idea de Venirse arriba surgió hace años, cuando ambos estaban inmersos en la historia de Pagafantas. Pero se quedó en un cajón, como tantas otras. Ambos aseguran que por la dificultad de la producción al estar ambientada en una ciudad fuera de España. Pero esa ficción ha seguido latiendo desde entonces, y la propusieron para el libro. "Los de la editorial lo vieron clarísimo, y eso nos empujó a decir que sí", recuerdan. "Aunque si a mí me dicen en mayo que hoy íbamos a estar aquí con el libro entre las manos digo que están locos. Justo en medio de la secuela de Ocho apellidos...", alude Cobeaga haciendo un paréntesis.

En la comedia debe ser así. El humor o lo compartes o no lo compartes. Si conectas a la primera, está ahí para siempre, y si no, no se dará nunca. Nosotros conectamos

Ese plazo se cumplió por el éxito y por una tercera mente que trabajó en el proyecto, la de Juan Cavestany. Los guionistas creen que sin él, hubiera sido más complicado terminar la novela: "Es un amigo y más allá de eso, nuestros sentidos del humor coinciden. Ha sido una cabeza más". Cuando la risa la produce la misma frase, el trabajo se simplifica. Pero esa frase cambia, se modula, evoluciona; por sí misma y por la propia transformación de los creadores. "Lo bueno de la comedia es que tiene muchos grises, puede ser más alocada, más melancólica, más desenfrenada o más tristona". Difícil aburrirse o agotar el género dentro de esa amplia gama.

Con Venirse arriba lo han comprobado. "Me flipó el hecho de darme cuenta de que ahora podíamos hacer humor de padres. Nunca antes lo habíamos hecho", dice San José mirando a Cobeaga, que le contesta, "Ahora ya no estamos tan lejos de esa franja de edad". "Equidistantes en el tiempo entre el pagafantas y un padre", zanja San José. Ese progenitor que la novela retrata, Jesús Miguel, es un minero en paro de Mieres asentado día sí, día también, en una tasca junto a dos amigos. Sin ningún tipo de prestación, con una imaginación portentosa para no hundirse en su propia miseria, un divorcio a cuestas —que se niega a aceptar— y un traslado a Ámsterdam. Un pez que puede parecer fuera del agua, pero que acaba no estándolo tanto. 

"Es la suma de los padres que tenemos, los que conocemos, y lo que hemos observado por la calle. Una imagen de un señor de 53 años que podemos ver cualquier día en el telediario". Y que espeta frases de las que cualquier hijo con menos de 30 años se avergonzaría. "¿No hay un pica pica para el centro? ¿Y luego un segundo para cada uno? En cada guión nos gusta meter frases que nos obsesionan, que nos dan vergüenza ajena y que nos producen dentera. En este libro es esa, la del pica pica para el centro", gesticula San José haciendo círculos con la mano derecha.

No es difícil imaginárselos trabajando. Fumando en pipa y regados por un par de whiskys on the rocks. "Me he sentido escritor", bromea San José, para quien es raro tener el libro entre las manos. "Aunque a mi madre la ha tranquilizado mucho el hecho de ver que salgo en una fotografía en la parte de atrás del libro. No sabía muy bien, hasta ahora, qué es lo que hacía aquí en Madrid. Pasó años pensando que yo era el cámara de las películas". Tampoco es muy complicado ponerse en la piel de las madres de los guionistas.

- Porque, ¿qué pasa por la mente de tu madre cuando le de a me gusta en una foto tuya borracho en Facebook?, se pregunta Cobeaga.

- ¿Y por la tuya?, le contesta riendo San José.

- Es peor cuando eres tú quien tiene que ver a tu madre borracha. Bueno, piripi, que es la palabra que inventaron las madres para no decir borracha.

- Eso es algo que el ser humano no está preparado para ver.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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