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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Irse

Suicidarse con el menor sufrimiento posible no solo obliga a protocolos interminables, sino que también interviene la economía

Carlos Boyero

Aunque el Gran Cañón del Colorado te resulte hermosamente familiar a través del cine y de los documentales, la impresión que te causa al verlo por primera vez es una experiencia deslumbrante que va a permanecer para siempre en tu recuerdo. Entre los últimos deseos de Brittany Maynard, una mujer de 29 años, que al observar una foto antigua deduces que alguna vez fue hermosa y tuvo una sonrisa feliz, está contemplar ese paisaje legendario. También celebrar el cumpleaños de su marido. Y después se despedirá por su propia voluntad de este mundo, rodeada por la gente que quiere, oyendo la música que amó. Tomará medicamentos que evitarán el dolor y la violencia en su suicidio asistido. La razón de su adiós definitivo es un cáncer letal que la va a corroer hasta extremos salvajes.

Pero ese tránsito mortal no podrá realizarlo en California, en su entorno, en sus raíces, donde ha vivido siempre. Tendrá que emigrar a Oregón, donde la ley permite una muerte digna. Eso le exige múltiples problemas burocráticos, legalizar el cambio de residencia, cambiar el registro de votación, nuevo carné de conducir, excedencia de su marido en el trabajo.

Suicidarse con el menor sufrimiento posible no solo obliga a protocolos interminables, sino que también interviene la economía. Hasta para matarse, para ir al cielo (ahí está jodido, poner fin a tu estancia en la tierra es pecado), al infierno o a la nada, los pobres lo tienen complicado. Les obligan a ese recurso tan bestia de arrojarse al tren o al metro, lanzarse desde las alturas (igual no la palman, quedan tullidos, o se incrustan sobre algún inocente que pasaba por allí), se ahorcan (en los medios rurales ese método era el rey). Cortarse las venas o la sobredosis de pastillas no es seguro, ya que muchos son salvados en el último minuto. Además de desesperación o hastío, se necesita mucho coraje para quitarse la vida con los métodos tradicionales.

En Europa también hay que viajar para que el fracaso, la desdicha, el acorralamiento, la soledad o la enfermedad incurable se clausuren dignamente. La fenicia Suiza demuestra un notable grado de civilización y de compasión al facilitar la dulzura en ese sagrado derecho de los humanos a decidir sobre su existencia, a abandonarla cuando la afirmación en la vida ya no es posible.

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