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SILLÓN DE OREJAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una crónica y dos franquismos

Para bien o para mal, la RAE debe mucho al gobierno de mano de hierro y diplomacia de cardenal florentino de Víctor García de la Concha, actual director del Instituto Cervantes

Manuel Rodríguez Rivero
Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes y exdirector de la RAE.
Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes y exdirector de la RAE. Gorka Lejarcegi

El cristianismo tuvo a san Pablo, la Revolución Francesa a Napoleón, el comunismo a Stalin, la RAE a Víctor García de la Concha. La Historia, nuestra madre (de unos más que de otros), deja muy claro que casi todo lo que triunfa necesita un Bonaparte que administre y estructure, que unifique e instituya, que aplaque furores dentro y exporte certidumbres y seguridades. Estuve pensando en ello mientras escuchaba los discursos —breves y, por tanto, corteses— de las autoridades en el salón de actos de la “docta casa”, con motivo de la “solemne sesión pública” del tricentenario. Diga lo que diga Gregorio Morán en su libro censorio y censurado El cura y los mandarines (próxima edición en Akal), para bien o para mal la actual RAE (panhispánica, pandémica y celeste) debe mucho al gobierno de mano de hierro y diplomacia de cardenal florentino del actual director del Cervantes, el ministerio de asuntos exteriores del castellano. Es verdad que él siempre ha atribuido el impulso de la Academia en la era digital a la visión innovadora de su maestro Lázaro Carreter, ablandador de abatatamientos y muñidor de entusiasmos; probablemente tenga razón, pero sin don Víctor, que actuó siempre como un verdadero y eficacísimo showrunner (perdonen: la RAE aún no ha encontrado la equivalencia), la idea no habría tenido acabamiento ni proyección. Y quizás no contaría ahora con su particular Torah —su mayor argumento de autoridad—, compuesta, además de por el Diccionario, por la Ortografía y la Nueva gramática (publicados por Espasa, lo que quizás ayude a entender el asunto Planeta-Morán). En todo caso, la lengua es ahora panhispánica, lo que no impide que desde las “academias hermanas” sigan llegando críticas a la desproporción en el DRAE del número de localismos españoles frente a los de otras naciones: existen americanismos, pero no “españolismos”. Allí, en ese salón de las celebraciones real-académicas, mesmerizado como siempre por la orgía de simetría y equidistancia —los vitrales de la Elocuencia y la Poesía enmarcando el altar de la palabra, Felipe VI perfectamente debajo de Felipe V, las molduras reflejándose en molduras como en un juego infinito de espejos borgianos—, me vino a mi enfermiza mente la extraña geometría humana de la Academia: treinta y cinco caballeros y seis damas, cuatro de ellas elegidas después de 2010, cuando los académicos tuvieron que ponerse las pilas para que los marcadores de género de la “Corporación” perdieran algunas de sus aristas falocráticas (en las academias de allá la situación es peor). No percibí entre la concurrencia a mi admirado petrarquista Paco Rico, al que últimamente parece bastarle con su existencia de ficción —convertido tal vez en Bonaparte de sí mismo—, pero sí me pareció distinguir el rostro ectoplasmático de Juan Benet guiñándome un ojo desde la incongruente, oscura y bellísima mancha de humedad del ángulo izquierdo del salón, que nadie se había acordado de reparar para tan solemne ocasión: justo hacia esa feliz excepción asimétrica se me escaparon mirada y pensamiento mientras, con atención flotante, escuchaba al ministro Wert citar a Wittgenstein entre Covarrubias, Horacio y Quintiliano. Feliz tricentenario.

Franquismo I

Dos importantes entregas de la editorial gijonesa Trea, merecedora del último premio a la mejor labor editorial cultural que concede el ministerio del ramo: ya era hora, si consideramos que lleva publicando casi un cuarto de siglo y que, entre sus variadas colecciones, se encuentra una serie de Biblioteconomía y Administración Cultural absolutamente ejemplar, en cuyo catálogo figuran algunos de los mejores volúmenes sobre historia del libro que se han publicado en este país. A esa lista se añaden ahora dos títulos fundamentales en torno a la censura en la España contemporánea, un asunto que, de un modo u otro, sigue de actualidad. En La persecución del libro, la historiadora Ana Martínez Rus —que ya había publicado en Trea un trabajo imprescindible acerca de la política del libro en la Segunda República—, traza un completo panorama del bibliocausto organizado por los vencedores de la Guerra Civil durante el primer franquismo (1936-1951): desde la quema y destrucción de libros en las librerías y bibliotecas privadas hasta el radical expurgo de las públicas, pasando por la implementación de un represivo cuerpo legislativo contra la literatura considerada peligrosa, la creación de un feroz régimen de censura previa y las sanciones, depuraciones y castigos a los autores considerados desafectos. Más concreto y con una extensión temporal más abarcadora (1939-1975) es Letricidio español, censura y novela durante el franquismo, de Fernando Larraz, un excelente trabajo acerca de los instrumentos, las modalidades, los protagonistas y los afectados (proporciona muchos y tremendos ejemplos) del régimen hiperburocratizado de censura impuesto tras la victoria de los totalitarios: desde la satanización y prohibición de buena parte de la literatura anterior al “tajo” hasta el absoluto control de la que se estaba haciendo. Particularmente interesantes resultan las listas de censores, que a menudo emitían peregrinos juicios literarios e incluso médicos, como aquel del activísimo Luis Martos que, a propósito de Crónica de la nada hecha pedazos (1972), de Juan Cruz, consignaba que “este libro revela que su autor padece una esquizofrenia gravísima. Desde luego, en los manicomios hay gente encerrada con menos causa que haber escrito este libro”. Larraz prolonga su trabajo hasta la muerte del dictador, citando ejemplos de censura en novelas fundamentales de los años sesenta (Tiempo de silencio, Últimas tardes con Teresa, Volverás a Región) y de los autores de la llamada “nueva narrativa” (Mendoza, Millás, Marías, Vila-Matas), así como abogando por la restauración de muchos textos a los que la censura mutiló y que se han seguido editando hasta la fecha con los cortes que impuso. Una lectura tan apasionante como sombría.

Franquismo II

Otros dos libros importantes —publicados por sendas editoriales universitarias— acerca de la memoria cultural e identitaria de nuestra última y larguísima dictadura. Imaginarios y representaciones de España durante el franquismo (Casa de Velázquez) es una recopilación de trabajos (editados por Stéphane Michonneau y Xosé M. Núñez Seixas) acerca de los diferentes modos de reconfigurar la identidad nacional española propuestos por el franquismo, tanto corrigiendo y reelaborando el legado anterior en aras de la hipertrofia nacionalista de posguerra, como mediante el constante recurso a rituales, concentraciones (el papel del fútbol), conmemoraciones (Día de la Hispanidad), símbolos (bandera, himnos), folclore, consignas (el Spain is different de los sesenta), reportajes (el No-Do), etcétera. Autorretratos del Estado (Universidad de Castilla-La Mancha), editado por Guillermo Navarro Oltra, reúne diferentes trabajos acerca del modo en que el franquismo utilizó la variadísima imaginería de los sellos postales (cuya conservación y difusión alentó mediante el coleccionismo filatélico) como medio de configurar sus mensajes ideológicos y hacerlos asimilables para toda la población.

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