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Coleccionista de horrores

En 'El cuerpo expuesto' de Rosa Beltrán, un hombre considera a Darwin su padre. La conclusión: ahora somos “el animal que ha dejado de saber y se manipula"

Posiblemente los lectores recuerden el caso de Gunther von Hagens, dueño de la colección de cuerpos humanos plastinados Bodies expuesta en 2005, al que cabría añadir el de Anatoly Moskvin (que desenterró 29 cadáveres de mujeres jóvenes y las vistió con ropas extraídas de sus tumbas) y el de George Church, reconocido biólogo de Harvard que planteó la posibilidad de que una mujer alquile su vientre para resucitar al neandertal mediante ingeniería genética. Pues bien, "el autor de la historia que aquí se narra forma parte de este grupo de coleccionistas", según revela en la advertencia que encabeza su relato.

En El cuerpo expuesto, Rosa Beltrán cuenta la historia de un hombre que considera a Charles Darwin como su verdadero padre y que se propone completar el trabajo del célebre naturalista y demostrar lo que aquél no pudo por falta de tiempo, o por vivir aislado, y también porque está convencido de que "cada época es capaz de asimilar sólo aquello que está en su horizonte de creencias". Con la particularidad de que ahora él ya no tratará de la evolución de las especies, sino de la involución de los humanos, siendo su objetivo, además, mostrar los peligros inherentes al comportamiento humano frente a la sabiduría del comportamiento animal —lo que le lleva a una ácida revisión de las relaciones familiares en sus varios aspectos— y, sobre todo, anotar el instante en que se ha tocado el clímax como especie, y registrar, a partir de ahí, la caída: "Vivimos una época de deterioro físico palpable que en muchos países avanzados y no avanzados se ha vuelto pandemia. Los cuerpos nunca vistos en la historia de la humanidad […]¿son responsabilidad exclusiva de la tecnología y la manipulación genética de los alimentos? ¿O su monstruosidad tiene que ver con conductas adquiridas[…]? ¿Se trata, entonces, de otra suerte de selección natural?”. Convencido de que hemos dejado de ser el animal que sabe para transformarnos en “el animal que ha dejado de saber y se manipula", el narrador va planteándonos inquietantes dudas y preguntas.

El animal que ha dejado de saber y se manipula

Y es precisamente la tecnología el medio del que se sirve para desarrollar un proyecto iniciado a partir de un programa de radio, en el que se invitaba a los oyentes a relatar sus historias —lo que da pie a introducir en la novela siete casos que ilustran la supervivencia del más adecuado, la adaptación, el origen de las especies, la evolución y la selección natural, la autodepredación y finalmente la involución; lo cual es un verdadero acierto narrativo por la polifonía y diversidad discursiva que ofrece—, para después dar el salto a Internet, instalando el primer laboratorio cibernáutico, “un espacio para mentes avanzadas” ansiosas de contribuir a su proyecto científico, "seres en plena mutación que accedían a colgar sus cuerpos y sus historias".

El cuerpo expuesto tiene un doble cauce: el antecedente darwinista —menos interesante para los lectores familiarizados con la figura y la época de Darwin— y el nuevo proyecto de quien se reclama su heredero, un hombre con determinadas lacras (la parte más endeble del relato por lo que tiene de previsible: deformidad, carencias afectivas, etcétera), cuyas ideas, expuestas sin ambages y desde la asepsia más absoluta, ilustran el grado de horror y perversión a que puede conducir la hostilidad del mundo. Una lectura estimulante y necesaria, que nos lleva a ámbitos poco transitados por la narrativa actual.

El cuerpo expuesto. Rosa Beltrán Alfaguara. Madrid, 2014. 284 páginas. 18 euros

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