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CRÍTICA | paco de lucía: la búsqueda
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Perfeccionista impenitente

El documental describe la trayectoria del maestro desde sus primeros pasos artísticos hasta su inquebrantable autoexigencia

Una imagen de Paco de Lucía del documental.
Una imagen de Paco de Lucía del documental.

Dirigido por el hijo del legendario guitarrista, este documental que no tiene final —la inesperada muerte de Paco de Lucía frustró el plan previsto de un proyecto que comenzó a rodarse en 2010— puede enorgullecerse, de entrada, de haber esquivado con éxito los dos mayores peligros que acechaban tras su propuesta. Por un lado, lo que, con todos los respetos, podría llamarse el Peligro del Factor Chanante, al que sucumbían, por ejemplo, dos trabajos por otro lado tan interesantes como Marina Abramovic. The Artist is Present (2012), de Matthew Akers y Jeff Dupre, y Ai Wei Wei: Never Sorry (2012), de Alison Klayman: en ellos, los respectivos protagonistas se entregaban a sus propias derivas narcisistas, situándose a un palmo de un Celebrities ejecutado por Joaquín Reyes. No es el caso de Paco de Lucía, que en las entrevistas que articulan este documental no cae nunca en la autoindulgencia, ni en el ombliguismo ridículo, lo que da la medida de una altura moral y humana en consonancia con la artística. Por otro lado, la condición de retrato póstumo que ha acabado teniendo el proyecto podía haber hecho incurrir al director Curro Sánchez Varela en el registro de la loa hagiográfica: tampoco es el caso, lo que acredita la capacidad del documentalista para la justeza de tono y su control a la hora de contener la emoción íntima a favor de la universalidad del arte de Paco de Lucía.

PACO DE LUCÍA: LA BÚSQUEDA

Dirección: Curro Sánchez Varela.

Documental.

Género: musical. España, 2014.

Duración: 95 minutos.

Paco de Lucía: la búsqueda describe la trayectoria del maestro heterodoxo desde sus primeros pasos artísticos hasta la inquebrantable autoexigencia de unos últimos caminos profesionales marcados por la exploración y esa ampliación del campo de batalla del flamenco que, en su día, le valió el visceral repudio de puristas y guardianes de las esencias (aunque, a la larga, el respeto también fuera conquistado en ese bastión particular). Sánchez Varela rescata valioso material de archivo y logra que la aparente opacidad del artista se desvanezca en un valioso encadenado de reflexiones y confesiones de un perfeccionista impenitente. Resulta muy valioso el análisis del arte de Camarón en boca de quien fue su mayor cómplice y que aquí demuestra la buena forma de un músculo reflexivo que le capacitó para explicar —y transmitir— lo inefable.

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