_
_
_
_
_

Desmesura sin fin

La última novela de Robert Juan-Cantavella es una obra ambiciosa pero malversada, enigmática pero trivial

Imagen de los Pirineos catalanes.
Imagen de los Pirineos catalanes.Mario Astar (Cordon Press)

En Y el cielo era una bestia, no muy avanzada la narración, se habla de un volumen que, por figurar el nombre del autor en la portada y el título en el lomo, se describe como "un libro encubierto que se escondiese él mismo". De esa peculiaridad tan azarosa se deriva un misterio exagerado. Este ejemplo puede dar una idea del tratamiento del enigma en una novela que lo acoge con profusión y sin ninguna tensión narrativa. Todo aquí parece enigmático con una sólida envoltura trivial.

Sigurd Mutt, que en su juventud perteneció a la camarilla de los Zoólogos Furiosos, recibe en Hamburgo, remitido por una colega y antiguo amor frustrado, un fragmento de un extraño texto, Tras Columbkill, con la indicación de que deberá descifrarlo en el sanatorio de Vulturó, en los Pirineos, donde se le hará llegar el resto del manuscrito. Ese texto, del que se nos dan sobradas muestras en cursiva, mezcla la leyenda del santo medieval Columbkill con una sucinta biografía de José Echegaray, intercalando la vida de Galdós y la de Juanito Santa Cruz, personaje de Fortunata y Jacinta, lo que genera un palimpsesto impenetrable, por no decir absurdo, del que la novela va ofreciendo sucesivas interpretaciones que se anulan unas a otras. Interpretaciones que supuestamente deberían cuestionar la lectura de la novela al añadir información que desmiente la precedente. De ahí que constantemente se ramifique en relatos laterales, como si volviera a empezar una y otra vez, deteniéndose en personajes episódicos que inesperadamente cobran protagonismo con propósitos inescrutables. ¿Y qué decir de las largas parrafadas de diálogo, donde se sustituye al narrador y el personaje habla como si leyera un informe? Lo que en definitiva narra Y el cielo era una bestia se diría la fusión en frío de un Borges hipertrofiado que hubiera leído a destiempo Los detectives salvajes, de Bolaño, y se empeñara en reescribir La montaña mágica, de Thomas Mann.

Pocas veces se puede vindicar, sin temor al error, la necesidad de una intervención ajena que corrija la desmesura del autor. Esta novela de Juan-Cantavella, tan ambiciosa como malversada, de la que resulta dificilísimo adivinar las conexiones que se imbrican para generar un organismo vivo, seguramente oculta una obra meritoria que tantas derivaciones y escamoteos no dejan ver. Pero tampoco lo que se esconde es misterioso o alentador. Simplemente está fuera de campo. A esta novela le ha faltado también una prosa más hipnótica, más sugestión y menos información. Y hay que resistir la tentación de pensar que el enigma que propone Tras Columbkill no sea una nueva modalidad de recochineo.

Y el cielo era una bestia. Robert Juan-Cantavella. Anagrama. Barcelona, 2014. 376 páginas. 19,90 euros (electrónico, 14,99)

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_