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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La nada

Cuando le preguntan a Ana Mato por la política informativa que va a seguir su ministerio responde: “Me tengo que marchar”. Y te preguntas con pasmo a donde tiene que ir

Carlos Boyero

Solo escucho las palabras finales de la modosa señora rubia en su ultima rueda de prensa para explicarnos que todo está controlado y que el ébola no nos va a devorar. Es lo menos que esperábamos, el orden natural de las cosas asegura que esas enfermedades apocalípticas solo las deben de padecer los negritos y que casi todas las propagan los monitos africanos. Que en ese continente la hayan palmado hasta el momento miles de personas (y las que vengan) es una tediosa y banal cuestión de estadística. Pero que en autobuses, metros y bares de Alcorcón escaseen los cálidos apretones de manos y el mínimo roce corporal con el vecino, que mires y seas mirado con desconfianza por los que pasan a tu lado, es algo extraño para los ciudadanos de este país tan civilizado y moderno. Supone la llegada de ese incontrolable monstruo llamado pánico, el mosqueo de que el bicho letal se encapriche contigo. Y te acuerdas del bautizo de la colza y del sida. La gente de orden solo se tranquilizó cuando supo que aquellas plagas bíblicas iban a cebarse con los pringados que consumían aceite barato, con los pecadores habitantes de Sodoma y con la escoria yonqui.

Retorno al principio, que me pierdo. Cuando le preguntan a Ana Mato por la política informativa que va a seguir su ministerio responde: “Me tengo que marchar”. Y te preguntas con pasmo a donde tiene que ir la ocupadísima ministra. En Sopa de ganso un político cuyo inaplazable discurso era ansiosamente esperado en el parlamento se limitaba a trasegar infinitos vasos de agua. Ana Mato, ese prodigio de incapacidad comunicativa, esa muñeca inanimada, que en días anteriores delegaba patéticamente con su mirada en la directora general de Salud Pública para que ella diera explicaciones sobre el contagio de la peste, solo podría convencer de su profesionalidad a los moradores del limbo ante una crisis que puede ser devastadora.

Solo debe de ser efectiva ejecutando consignas, demoliendo esa certidumbre, tan tonta y antigua, de que incluso los pobres tienen derecho a que intenten curarlos gratis cuando se ponen malitos. Y te planteas cuales son los enigmáticos méritos ante Rajoy de esta gürteliana dama que encarna modélicamente la nada.

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