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Colón estuvo en Shanghái

El primer cine chino, que llevaba el nombre del descubridor, fue abierto por un español

Juan Ignacio Toro ha estudiado la vida de Antonio Ramos.
Juan Ignacio Toro ha estudiado la vida de Antonio Ramos. Z. A.

La vida del empresario andaluz Antonio Ramos (Alhama de Granada, 1878-Madrid, 1944) parece obra de la imaginación más desatada. Hijo de una mujer que parió en 20 ocasiones, Ramos tomó, cuando tenía 18 años, una decisión que cambiaría por completo su vida y que acabaría teniendo gran repercusión en China: se vendió al Ejército. “Eso quiere decir que alguien le pagó para que ocupara el lugar de otro en la guerra que España libraba en Filipinas”, apunta Juan Ignacio Toro (Madrid, 1975), el periodista que ha investigado la trayectoria del hombre que acabaría introduciendo el cine en el gigante asiático.

Corría el año 1896 cuando el joven Ramos puso rumbo a Manila. No obstante, como estaba alfabetizado, el andaluz fue destinado a la Administración y nunca tuvo que disparar una bala. La contienda fue humillantemente breve, y Ramos decidió quedarse en Oriente para probar suerte con la proyección de películas, un negocio naciente. Fue en Manila donde dio rienda suelta a su ambición empresarial, y donde supo que el verdadero potencial no estaba en la excolonia española, sino en China. Desertó del Ejército y puso rumbo a la Perla de Asia. “Entonces Shanghái tenía un millón de habitantes, pero estaba controlada por unos 20.000 extranjeros, de ocho nacionalidades, que gozaban de extraterritorialidad, un principio por el que solo se les juzgaba de acuerdo con las leyes de sus respectivos países. Sin duda era un gran aliciente para establecerse allí”, explica Toro. No se sabe cuándo llegó Ramos, pero sí es seguro que en 1903 ya estaba proyectando películas.

Lo hizo primero en un pequeño espacio alquilada a una casa del té. Sus clientes eran casi exclusivamente extranjeros, pero Ramos tuvo éxito porque nadie antes había proyectado imágenes en movimiento. Poco después se alió con los judíos sefardíes que vivían en Shanghái para expandir su negocio, y en 1907 inauguró el primer cine de China: el Colon Cinematograph, que más tarde se rebautizó como el Cine Hongkew, cuyas puertas estuvieron abiertas hasta 1998. Su ascenso empresarial fue meteórico. Tanto que se ganó el apelativo del “primer emperador del cine de China” y llegó a poseer seis salas en la ciudad, incluida la más importante de la primera mitad del siglo XX —el Cine Olympic—, a las que se sumaron por lo menos otras tres en Hong Kong, dos más en Macao y una última en la ciudad de Wuhan.

Las grandes distribuidoras estadounidenses comenzaron una campaña de desprestigio contra el andaluz

La ambición de Ramos tenía su meta más allá de las fronteras chinas. “Hay pruebas de que en 1910 ya contaba con la empresa Ramos Cinematographs Co. con oficinas en diferentes ciudades chinas, e incluso en Sidney, que producía vodeviles”, apunta Toro. “Y en 1921 creó Ramos Amusement Co., una empresa que operaba como una red de distribución y de venta de maquinaria y de accesorios cinematográficos”. Ramos lo tenía todo para acaparar el incipiente sector del cine, cuyos beneficios complementaba con los que le daba el todavía más rentable negocio inmobiliario.

Hasta que su éxito se convirtió en un peligro. Las grandes distribuidoras estadounidenses, preocupadas por el monopolio de Ramos, comenzaron una campaña de desprestigio contra el andaluz, que se inició con una acusación de piratería por haber proyectado la película The Child de Charles Chaplin antes de que se viera en Londres. Los americanos no consiguieron su objetivo de minar el negocio de Ramos, razón por la que Toro considera que es muy posible que estos magnates estuviesen detrás del misterioso asesinato de su principal socio, el sefardita Bernardo Goldenberg.

“Un día de 1922, justo después de haber proyectado Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Goldenberg se fue a la cama en el mismo edificio del cine Victoria”, relata. “Por la mañana, el chico de los recados lo encontró muerto en la cama. Estaba todavía vestido, con el periódico en la mano y una pernera del pantalón metida en la boca”. Tiempo después, una mujer rusa acusó a su marido estadounidense de haber matado a Goldenberg y ahí acabó una investigación poco rigurosa.

“El año siguiente de la muerte de su socio, Ramos abrió un estudio y produjo algunas películas chinas, pero entonces la situación en la ciudad cambió”, cuenta. A mediados de la década de 1920 el panorama social y económico de Shanghái comenzó un declive acusado. Y con él se desvaneció la gran ambición de Ramos: rebajar los precios de las entradas y llevar el cine a la mucho más numerosa, pero menos adinerada, población local china.

En esta megalópolis  solo quedan en pie dos de los 12 edificios que llegó a poseer el pionero andaluz

Así que Ramos decidió que era el momento de regresar a Madrid con su hijo, nacido en China, y su esposa ucrania, 20 años más joven que él. En la capital de España, Ramos se planteó exprimir a fondo su experiencia en los sectores inmobiliario y del cine, y decidió hacerlo por todo lo alto: en 1930 inauguró el cine Rialto de la Gran Vía madrileña, “al que en un principio quiso llamar cine Shanghái”. A partir de ahí la información sobre Ramos se desvanece hasta su muerte. Y entre sus descendientes directos sólo vive un nieto que no conoció a su abuelo.

No resulta fácil encontrar en la jungla de asfalto del Shanghái actual una pista suya. En esta megalópolis de 24 millones de habitantes solo quedan en pie dos de los 12 edificios que llegó a poseer el pionero andaluz. Y en la que fue su residencia, un desubicado ejemplo de arquitectura mozárabe diseñado por el arquitecto —también español— Abelardo Lafuente, el rastro de Ramos ha desaparecido de la placa dorada que luce en la fachada para dejar paso al del inquilino que la ocupó después: Kong Xiangxi, un político del Partido Nacionalista Chino o Kuomintang. Sólo en el contiguo bloque anodino de apartamentos, el otro edificio que también le perteneció, un pequeño rectángulo de piedra lo recuerda como “Ramous”. Así, a secas y con una falta de ortografía.

Tampoco es fácil dar con él en los documentos históricos que se guardan celosamente en las bibliotecas de la capital económica de China. Hay que bucear en las amarillentas páginas de los periódicos de la época para dar con algún breve en el que se le mencione.

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