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Conversación infinita

'Alabardas' es el testamento vital y literario de Saramago, de una coherencia indiscutible

Ilustración de Günter Grass incluida en 'Alabardas'.
Ilustración de Günter Grass incluida en 'Alabardas'.

Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas (título original) es un libro y son varios libros. Es, por supuesto, la novela incompleta que dejó Saramago a su muerte, en junio de 2010, que le hizo vivir el último tramo de su vida agarrado a la tabla de salvación de la escritura, de la vida en las palabras y en las personas que las pueblan; es, en paralelo, una emocionante aproximación al reverso de esas mismas palabras, que cobran una nueva dimensión en las notas de trabajo del escritor reunidas en el volumen, algo así como el taller correspondiente al ciclo de escritura del libro, entre agosto de 2009 y febrero de 2010, en que encontramos al hombre sereno que duda de la posibilidad de acabarlo y que reúne fuerzas de flaqueza para reflexionar sobre algunas de sus claves y hallazgos, como si de una brevísima suerte de diario íntimo se tratara; y es también, por último, un diálogo abierto con dos voces privilegiadas (la de Gómez Aguilera y la de Saviano), que cumplen el papel que cabe ahora al lector de este libro, encontrar el significado final de las últimas páginas escritas por el Nobel y establecer con ellas una conversación infinita.

Saramago escribió y corrigió tres capítulos de Alabardas, que sirven para cerrar su obra literaria con un sentido de coherencia fuera de toda duda. Esa es, probablemente, la principal aportación de estas páginas, que nos muestran a un autor en estado de gracia, sabedor de las dificultades que atravesaba y, probablemente por ello, convencido de la extrema necesidad de esta obra. Las páginas que la constituyen representan algo así como un testamento literario y vital, un discurso de ficción en el que destellan sus preocupaciones éticas, morales y sociales ante un mundo en ruinas, con el tema de la guerra y la violencia en el punto de mira. Artur Paz Semedo, cumplidor funcionario de la empresa de fabricación de armas Belona, comienza una búsqueda por las "profundidades del ignoto pasado", adentrándose en el archivo histórico de su empresa para conocer los negocios realizados por esta en los años treinta del siglo XX. El motivo es una de las perplejidades reales de Saramago: el descubrimiento, durante la guerra civil española, de una bomba arrojada contra el frente popular que nunca llegó a explotar, y que contenía en su interior un papel con la frase, escrita en portugués: "Esta bomba nunca reventará". Este hecho, unido a la certeza de que no se conocen huelgas en las fábricas de armas, fueron suficientes para que Saramago decidiera entregarse a esta última misión, escribiendo unas páginas en las que respira su mejor pulso literario, en la senda de Ensayo sobre la ceguera y con algo de la atmósfera de Todos los nombres. Un libro que revela, por fuerza de la acción del personaje femenino (Felícia, la exmujer de Artur, pacifista convencida), un conflicto moral sobre la banalidad del mal, que nos conduce a la necesidad de establecer los vínculos más profundos y sagrados del hombre entre historia, memoria y relato. Una narración, por fin, entre la lengua portuguesa y la guerra española, que tiene mucho de ibérica, en la que brilla la ironía del autor y su lenguaje más esencial, y que cierra su extraordinaria obra literaria de la mejor manera posible: abriéndola al diálogo con los lectores.

Alabardas. José Saramago. Traducción de Pilar del Río. Con textos de Fernando Gómez Aguilera y Roberto Saviano. Ilustraciones de Günter Grass. Alfaguara. Madrid, 2014. 153 páginas. 17 euros

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