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Cohen marca en la prórroga

Catalizado por un desastre financiero, el cantautor prolonga su trayectoria musical con una provechosa coda

Diego A. Manrique
Leonard Cohen.
Leonard Cohen.EFE

Esperando a que se materializara Popular problems, nueva entrega de Leonard Cohen, vuelvo a visionar el primer documental que gira alrededor de su persona, Ladies and gentlemen… Mr. Leonard Cohen. Fue rodado por el National Film Board of Canada en 1965, cuando Cohen regresa brevemente a su Montreal natal desde su refugio en la isla griega de Hidra.

Se trata de un mediometraje asombroso, que muestra la continuidad entre el Cohen literario y el que fascinó al mundo con sus canciones. Hasta le vemos grabando… un disco hablado (Canadá cuida incluso a sus hijos pródigos). Hace música, pero como amateur, entre amigos. Y algo anómalo en su oficio: escribe mientras un transistor emite el pop del momento.

Es el mismo Cohen que aprendimos a querer tras debutar en CBS. Exhibe el timing, el ingenio verbal de un gran monologuista. Ejerce de imán para las mujeres. Huye del aburguesamiento: en vez de instalarse en la mansión familiar, se aloja en un hotel barato. Allí le vemos dormir con la ventana semiabierta, en pleno invierno de Quebec, como si se entrenara para los sacrificios de su etapa de monje budista. Y se desnuda, literalmente, para que la cámara le capte en el baño: poco es lo que quiere ocultar.

Conocen, seguramente, el último giro argumental de tan extraordinaria vida. Hacia 2005, cuando prepara la jubilación, se destapa que su representante, una mujer desquiciada llamada Kelley Lynch, ha saqueado sus cuentas, una millonada que no llegará a recuperar. En similares circunstancias, cualquiera se hubiera hundido en la ira y la autocompasión.

Leonard Cohen, ya septuagenario, opta por retomar la carretera. Con una profesionalidad por encima de lo exigible: banda todoterreno, conciertos de tres horas, giras extensas. Urge señalar que sus canciones, algunas convertidas en estándares, no le generan dinero: en un trato tan desastroso como el de Esaú con el plato de lentejas, vendió sus futuros derechos de autor a Sony. Y más: el recuperado deseo de crear se manifiesta, hasta ahora, en dos discos de canciones nuevas.

Para ser brutalmente francos, conviene advertir que el Leonard Cohen cantautor sigue sufriendo de una carencia de recursos musicales. Ya saben que, con el tiempo, dejó de pelear en el estudio: tendía a dejarse llevar por quien le resolviera la papeleta de forma indolora. Eso explica que aceptara los arreglos de chichinabo digital de su corista Sharon Robinson en Ten new songs (2001) o el cajón de sastre que fue Dear Heather (2004).

Felizmente, ahora se inclina, como productor y coautor, por Patrick Leonard. Chocante es decir poco: hablamos de un mercenario más conocido por su trabajo con Madonna. Pero funciona: desde fuera del clan Cohen, Patrick aporta una sensibilidad pop y, como hacía con la Chica Material, pule cualquier idea hasta que queda acabada y reluciente.

Popular problems se beneficia del tratamiento individualizado —del soul al folk— de cada canción. Aunque su voz haya quedado reducida a un susurro, Cohen ha aumentado sus recursos dramáticos. Su visión del mundo puede ser radicalmente sombría, pero lo alivia con la habilidad para burlarse de sí mismo, de su edad, de sus desdichas. Apenas quedan visiones de redención, aunque todavía late el deseo y un anhelo de compasión. Son 36 minutos de cálida fragilidad.

Popular problems está publicado por Legacy.

Leonard Cohen retoma su carrera con una profesionalidad por encima de lo exigible: banda todoterreno, conciertos de tres horas y giras extensas

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