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El hombre que fue jueves
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Secreto a voces

Marcos Ordóñez

Hará unos años escribí: “Atención a esta actriz porque va a ser una de las grandes. Crece a pasos agigantados y parece haber vivido ya varias vidas”. No digo esto para ponerme una medallita, sino porque me hace muy feliz que el pronóstico se haya cumplido. Estos días he leído que alguien presentaba a Bárbara Lennie como una revelación, un “secreto muy bien guardado”. Me eché a reír por no echarme las manos a la cabeza. Nacida en 1984, debutó a los 16 años, y desde entonces ha hecho 14 películas, cinco series y seis espectáculos teatrales. Bueno, pues parece que con la acogida de El niño, de Daniel Monzón, y su papel protagonista en Magical Girl,de Carlos Vermut, “at last the secret is out”, como diría Auden.

Tras el merecidísimo éxito de Bárbara Lennie hay mucho trabajo duro, mucho coraje y mucho amor a la profesión. Y mucho talento, por supuesto. Gracias a Jonás Trueba la descubrí en el Lara, en el Trío en mi bemol (2008) de Rohmer, donde interpretaba a una deslumbrante Célimène de Malasaña. Fue luego la febril loca de amor de La función por hacer (2010), el espectáculo que lanzó a la compañía Kamikaze, liderada por Miguel del Arco (y que todavía gira: este verano lo hicieron en Brasil y Argentina), y la prisionera, doliente y sonámbula, a lo Mónica Vitti, de Veraneantes (2011), el segundo éxito de la banda, que a ella le valió un Max. En 2013 cerró un círculo: interpretó a la Célimène “original”, adaptada por Del Arco, en el Misántropo (2013) del Español, consagración de los kamikazes, y volvió a ser pareja de Santi Marín, su compañero en el Trío, con Breve ejercicio para sobrevivir, otro gran trabajo (“furia exhausta y precisa”, escribí) a las órdenes de Lautaro Perotti, en la Pensión de las Pulgas. Pienso en teatro y veo todos esos rostros; pienso en cine y en televisión y vuelven a mi memoria su monólogo en Los condenados (2009), de Isaki Lacuesta, y su fulgurante Juana de Avis en la serie Isabel.

Ahora hay que celebrar el gran espaldarazo de Magical Girl, que se ha llevado, como saben, el oro y la plata, mejor película y mejor director, en San Sebastián, en un doblete sin precedentes. También hay que alzar la copa, pues, por Carlos Vermut, por ese talento que ya estaba en Diamond Flash, y por José Sacristán, por Luis Bermejo, por Lucía Pollán, por Elisabet Gelabert, por Israel Elejalde, un gran equipo en el que nadie da una nota falsa. Ya les hablarán los críticos, ya les están hablando, de esta película tremenda, turbadora y negrísima que hubiera fascinado a Fritz Lang. En los tiempos de la Nouvelle Vague, Bárbara Lennie sería ya una musa, como Anna Karina o Catherine Deneuve, pero ella se ríe de esos altares porque su pedestal son sus zapatos, firmemente pegados al suelo. Vermut dice que su personaje en Magical Girl es el centro de la historia, y tiene razón: el agujero negro, el abismo que crece y se desborda. Víctima y fatal, niña de fuego y de hielo, es una criatura muy compleja, muy difícil de interpretar, que borda a cada plano, con cada mirada, cada frase, cada silencio. Lo que se dice un gran papel a su medida, el gran papel cinematográfico que le estaba esperando.

En los tiempos de la Nouvelle Vague, Bárbara Lennie sería ya una musa como Karina o Deneuve
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