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Crónica
Texto informativo con interpretación

Hasta siempre Gandolfini

La despedida del actor de 'Los soprano' es afortunadamente muy digna en una película que está a la altura de su talento

Carlos Boyero
James Gandolfini en un fotograma de la película 'La entrega'.
James Gandolfini en un fotograma de la película 'La entrega'.

Cuentan en el imprescindible libro dedicado a los showrunners, Hombres fuera de serie, que la productora HBO y el equipo que hizo posible Los Soprano sufrieron más de un ataque de pánico cuando tenían que parar el rodaje por la ausencia durante varios días de James Gandolfini, inencontrable para los mejores rastreadores. Sin Tony Soprano no había serie. Cuando por fin aparecía, era evidente que el alcohol y las drogas le habían consolado durante su escapada, huyendo de sus demonios o de la tensión que le creaba su personaje. Por supuesto, esa inseguridad o miedo jamás se notaba cuando la cámara enfocaba a este actor genial. Y una noche, en la ciudad de Taormina, después de que el hombre gordo y excesivo se pusiera hasta arriba de foie, vino y ron, le fulminó un infarto. Tenía 51 años, pero a los 37, cuando empieza a rodar esa serie legendaria, aparentaba tener la misma edad que cuando la palmó. Cuesta imaginarlo de niño o de anciano. Simplememente era, es y será Tony Soprano, un grandioso mal bicho al que muchos consideramos como alguien de nuestra familia.

No se prodigó excesivamente en el cine y tuvo pocos papeles protagonistas, pero sus apariciones siempre fueron memorables. Por ello, siento un poco de congoja al verle en La entrega y sabiendo que fue su última interpretación. Me ocurrió lo mismo hace poco tiempo observando y sintiendo la última, amarga, extraordinaria composición que hizo Philip Seymour Hoffman en El hombre más buscado. La despedida de Gandolfini afortunadamente es muy digna en una película que está a la altura de su talento. El guion lo ha escrito Dennis Lehane, lo cual es una garantía de calidad. Lehane escribió varios capítulos de The wire, se maneja admirablemente en novelas negras y desbordantes de estilo y también lleva su firma la tan voluminosa como apasionante Cualquier otro día, que considero su obra maestra. El universo de Lehane nunca abandona Boston, la geografía física y sentimental que mejor conoce. Me cuenta alguien que ha leído su relato La entrega que también se desarrolla en Boston, pero en la película la trama se ha trasladado a Brooklyn. Trata del dinero sucio que lava la mafia chechena a través de recaudaciones que se depositan en los bares. El personaje que interpreta Gandolfini alguna vez creyó que era un ganador, fue el dueño de ese bar que ahora administra para los negocios de esos gangsters salvajes que vinieron del frío. Y no se resigna a ser un perdedor. Su primo, que atiende la barra, mima a los clientes más acorralados y todo en él denota soledad y resignación, no se queja. Va a haber notables y sorprendentes giros en esta historia negra, violenta y compleja que el director Michael Roskam conduce con sentido estético, tensión y sutileza. Y es gozoso ver actuar juntos a Gandolfini y al magnífico actor inglés Tom Hardy, un tipo con muchos registros al que siempre me lo creo, aunque su camaleonismo logre que no sea fácil identificarlo inmediatamente de una película a otra.

‘A second chance’ no tiene capacidad para contagiar el dolor y es monótona

La directora danesa Susanne Bier se maneja con convicción y profundidad en las historias trágicas, en los retratos de gente machacada por la perdida o la fatalidad. A mí me conmueve especialmente la única incursión que hizo en el cine estadounidense con la muy emotiva, desgarrada y triste Cosas que perdimos en el fuego. Pero siempre sabe transmitir la angustia de sus personajes, sus dilemas morales, sus traumas, su inaplazable necesidad de ponerse de acuerdo con la vida. Me ocurría hasta ahora. A second chance no solo me mantiene distanciado de la desesperación y el derrumbe que sufren los padres cuyos bebés han muerto. También la forma de contarlo me resulta monótona, sin capacidad para contagiar ese dolor. Y me pone de los nervios el continuo griterío de los personajes, desde una pareja de yonquis que tienen abandonado a su crío a un policía y su esposa que afrontan con aparente templanza el insomnio del suyo. Un amigo que tiene niños pequeños y al que ha impresionado esta película me asegura que se necesita ser padre o madre para captar las esencias, el dolor y la verdad de A second chance. No estoy de acuerdo. Cuando el cine es bueno, cuando me engancha, puedo identificarme y conmoverme incluso con los sentimientos de los marcianos y de las hormigas, con cosas que no he vivido jamás.

Ni el trabajo

Siento mucho respeto por la carrera de Antonio Banderas. Tiene un enorme mérito haber triunfado en un cine y en un idioma que no son los tuyos. Pero sospecho que la edad en Hollywood impone en numerosos casos la caducidad del estrellato, tener que buscarte esforzadamente la vida cuando antes podías elegir entre multitud de ofertas. Banderas protagoniza y también ha producido Autómata, un argumento de ciencia ficción que dirige Gabe Ibáñez. El planteamiento inicial suena a Blade Runner, pero en cutre. Y va a peor. Esos robots que son bastante más humanos y racionales que la gente que los inventó solo producen tedio. Y, por supuesto, ningún miedo esa Tierra desertizada en la que solo quedan 20 millones de seres humanos. El director busca en vano la emoción del receptor. Todo es un disparate. No se salva nada. Incluida la interpretación de Banderas.

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