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Poeta póstuma pero viva

La premio Nobel polaca Wislawa Szymborska reunió 13 pequeñas respuestas a grandes preguntas en 'Hasta aquí', el libro de versos en el que trabajaba cuando murió

Marta Rebón
La premio Nobel polaca  Wislawa Szymborska
La premio Nobel polaca Wislawa Szymborska SIPA /Cordon Press

Con Hasta aquí, poemario liviano y afortunado colofón a medio siglo de creación literaria, Wislawa Szymborska (1923-2012) se despide de los lectores de poesía —dos de cada mil, según sus cálculos— con una destreza intacta para suscitar sonrisas, aun cuando aborda cuestiones de gran calado relativas a qué significa estar vivo y habitar el mundo. Con ella no iban la voz engolada de intelectual seria ni las torres de marfil ("Vivir en la cumbre de la gloria es aburrido y las vistas que se extienden alrededor brumosas"), y esa constatación vital fue el único credo al que se adscribió y ejerció, por ejemplo, a lo largo de tres décadas de trabajo en la revista Vida literaria, donde comentaba los libros más variopintos en un tono distendido, incluso jocoso, y prodigaba consejos, sin hacer ascos al plural mayestático, a escritores bisoños.

 "Los pensamientos profundos deben hacernos sonreír", recordaba citando a Thomas Mann. No hay que aproximarse a la poesía, añadió, como si fuera algo insignificante o sagrado, sino con una actitud intermedia: los versos deben volar a una altura suficiente para poder observar a los hombres al mismo nivel que al resto de seres vivos, pero próximos a ellos para no caer en abstracciones. Por eso, en la poesía de Szymborska todo es concreto, y en una misma página convergen el humor y la gravedad, la duda y la certeza, el pesimismo y el entusiasmo. En ella aparecen cebollas, dinosaurios, gatos, granos de arena, el Yeti o el número pi. Cualquier fragmento de realidad movilizaba la inspiración de una poeta que era capaz de admitir sin rubor: "No sé".

Formó parte de una de las generaciones más brillantes de la poesía europea, que rastreó

Junto a Tadeusz Rózewicz, Zbigniew Herbert y Czeslaw Milosz, la "gran dama de la literatura polaca" —apelativo que seguramente le provocase una mueca burlona— formó parte de una de las generaciones más brillantes de la poesía europea, aquella que rastreó el camino de vuelta al verso después de Auschwitz. Una mano, leemos en Hasta aquí, es suficiente para escribir Winnie the Pooh o Mein Kampf.

En esta obra póstuma, que aglutina 13 "respuestas pequeñas a grandes preguntas", la escritora sigue reflexionando sobre nuestra facultad de percibir y comprender el mundo. Como en ‘Confesiones de una máquina lectora’, poema sobre la incapacidad de dar una definición solvente a palabras escurridizas como "sentimiento", "alma" o "soy"; o en ‘Obligación’, en que nos recuerda que “comemos vidas ajenas para vivir” a fin de reconciliarnos con esta ley natural, y que el hambre, corruptor de la inocencia, es un poder abrumador que parece entregado a la naturaleza por los dioses. En otro, ‘El espejo’, la premio Nobel vuelve a la indiferencia de los objetos cuando sobreviven a sus dueños "con una profesional falta de asombro", o a la defensa de los saberes innecesarios en ‘Hay quienes’, en que se confronta con las personas que siempre "piensan justo lo debido / ni un segundo más / porque tras ese segundo acecha la duda". El poemario concluye con una de las composiciones más notables del conjunto, ‘Mapa’, en que juega con las escalas de las representaciones cartográficas ("aquí todo es pequeño, cercano y accesible. / Puedo con el filo de la uña aplastar los volcanes, acariciar los polos sin gruesos guantes") y admira el empeño que hay en ellos por omitir la cruda realidad ("Fosas comunes y ruinas inesperadas, / de eso nada en esta imagen"). Como las verdades fabricadas de las ideologías impuestas, los mapas "despliegan en la mesa un mundo / no de este mundo", todo lo contrario que los poemas de esta hacedora de observaciones insospechadas.

Hasta aquí. Wislawa Szymborska. Traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán. Bartleby. Madrid, 2014. 70 páginas. 15 euros

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