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PURO TEATRO

Oh, oh, oh, oh, what a feeling!

Pablo Derqui y Nathalie Poza deslumbran en 'Desde Berlín' una espléndida recreación de 'Berlín', de Lou Reed, dirigida por Andrés Lima

Marcos Ordóñez
Nathalie Poza y Pablo Derqui, en una escena de 'Desde Berlín'.
Nathalie Poza y Pablo Derqui, en una escena de 'Desde Berlín'.David Ruano

El Romea barcelonés ha abierto temporada bajo el signo del riesgo: Desde Berlín es un espectáculo duro, intenso y valiente. Borja Sitjà, nuevo director artístico, quería rendir homenaje a su amigo Lou Reed y encargó la función a Andrés Lima, que firma aquí su mejor trabajo de los últimos años, el más hondo, medido y cuajado: la atmósfera, los movimientos, la decantación de la música, las impresionantes interpretaciones de Pablo Derqui y Nathalie Poza. Desde Berlín es un espectáculo arriesgado por tema, por tono, y porque pocas cosas hay tan difíciles como trasladar el espíritu de un disco al teatro. Rolling Stone dijo en su momento que era “uno de los discos más deprimentes de la historia”. Bueno, ya podían imaginarse que hacía frío en Alaska. Lo que se les olvidó decir es que era también uno de los más grandes y, para mi gusto, el mejor de Lou Reed, y una novela río de oscuras espumas en 10 capítulos como 10 ventanas. Gran función, pues, para un gran disco.

A diferencia de tantos jukebox musicals inanes en torno a un artista o una selección de éxitos, aquí tenemos un musical “esencial”, una recreación o, mejor, una devolución, como decían los situacionistas: el universo emocional de Berlin (1973), con todos sus ecos y sensaciones, con su violencia, su poesía, su humor negro, su desesperación y su lucidez.

Lima pidió a Juan Villoro, Juan Cavestany y Pau Miró que escribieran escenas inspiradas en las canciones, y luego armó una dramaturgia que funciona poéticamente, por puentes y resonancias, para narrar un viaje desde el breve paraíso (Berlín) hasta el infierno que quedó atrás (Sad song), de la luz de las velas y el Dubonnet con hielo al frío que entra por un cristal roto de un puñetazo, el frío del vacío y la cuchilla.

Un viaje o un caleidoscopio que despliega ante nosotros la historia de Jim y Caroline o de todos los Jims y Carolines posibles, cambiando a cada giro. “Hay una cara que solo puedo tener contigo”, dice ella. “Ojalá hubiera una muerte natural para el amor”, contesta él desde otro tiempo, el tiempo del recuerdo. Están en un túnel y a veces hay literales estallidos de luz (luz blanca, calor blanco, por supuesto); a veces todo sucede, junto y cambiante, en el mismo pasaje, como cuando Caroline, borrachísima, proclama su amor, su alegría, su desamparo, su miedo, y en las pantallas en bisel la vemos vagando perdida, en blanco y negro (excelentes filmaciones de Miguel Ángel Raió), mientras suena Lady Day.

No ha de ser fácil para los actores pasar de un estado emocional a otro sin una trama narrativa y abordando cada escena en su momento álgido, de intensidad en intensidad. A ratos recuerdan a Oliveira y la Maga; a ratos los textos hacen pensar, por su aura alucinada y claustrofóbica, en las parejas malditas de las últimas obras de Tennessee Williams, como Out cry o I can’t imagine tomorrow. Hay escenas a caballo entre el realismo y la magia, como el encuentro erótico de alto voltaje, casi una danza a los sones, de ‘Perfect day’ en la versión de Anthony, o que viran inesperadamente de lo cotidiano (“En algún momento tendremos que comer”) a la fantasmagoría: el supermercado desaparecido, el amante que se desdobla y cree follar por procuración. Andrés Lima utiliza otros materiales de Reed que vienen al pelo (Perfect day, Heroin, Vanishing act) y música adicional, en la misma longitud de onda, compuesta por Jaume Manresa, exteclista del grupo Antònia Font.

Y en el centro y en lo alto y en todas partes, porque no puedes dejar de mirarles, relumbran Pablo Derqui y Nathalie Poza, llenando el escenario minuto a minuto, con una química rara y soberbia, hecha de abrazos y repulsas. La Caroline de Nathalie Poza está, como dice la canción, entre María Estuardo y una niña mirándose las puntas de los pies. Tiene algo de la pureza de Sharon Tate y de la deriva sonámbula de Edie Sedgwick, y la mezcla de dulzura y tiniebla de la primera Marianne Faithfull. Y canta (¡y cómo canta!) y, sombra tras un velo, toca el piano, del mismo modo que Pablo Derqui ha aprendido a tocar la guitarra para rasguear Oh, Jim y The kids. El Jim de Derqui es un dulce crío loco, un macarra violento, un yonqui paranoico, un personaje de opereta brechtiana (los cabareteros pasos de baile de How do you think it feels), y vuelve a ser Zucco cuando recita Heroin, sobre la guitarra de Joan Miquel Olivé, y las líneas, es sorprendente, suenan como si las hubiera escrito Koltès: “Me gustaría haber navegado por el mar de noche, en un enorme barco de vapor, lejos de la gran ciudad, donde un hombre no puede ser libre de todos los males, de este lugar y de mí mismo y de quienes me rodean…”.

He dicho “recita” y habría que buscar otra palabra porque lo que hacen Poza y Derqui va mucho más allá: encarnan, transmutan, te hacen creer que es lo que realmente sienten los personajes en cada situación. Luego llega, como una cita fatal, The kids (“Se están llevando a sus hijos…”), y fue como volver a escucharla en su auténtica primera vez, porque en el disco editado en España la censura se pulió la canción, lo recuerdo muy bien, y también recuerdo que cuando al fin la escuché, uno o dos años más tarde, en una edición importada, creía que las voces de los niños (“Mamiiiii!!!”) venían de mi cabeza. No sé a quién se le ha ocurrido insertar Vanishing act, pero es una idea soberbia, porque es de The Raven, pero podría haber estado en Berlin, un bonus track rescatado: Nathalie Poza canta de nuevo tras la pantalla (“Sería agradable no estar aquí…”) y Caroline comienza a esfumarse, a perderse en la niebla, y Jim la contempla, mirando por última vez su rostro a la luz de una vela. Y llega, desde el otro lado, la terrible The bed y la escena más estremecedora del espectáculo, el fantasma de Caroline al borde de la cama, haciéndonos ver el lugar donde ella reposaba la cabeza, el lugar donde fueron concebidos sus hijos, el lugar donde se cortó las venas aquella noche extraña y fatídica, y es difícil no romperse escuchando cómo Poza canta eso, antes de hundirse para siempre como si la cama la tragara, y ahí queda su sombra sola, y Jim solo, “desierta cama, y turbio espejo, y corazón vacío”, como en aquel verso de Machado, cortando amarras, diciendo adiós (eso te crees tú) a todo eso, mientras retumba, funeral, Sad song. Lou Reed se sentiría muy honrado. Y muy reconocido. Vamos a respirar un poco.

Desde Berlín. Tributo a Lou Reed. Textos de Juan Villoro, Juan Cavestany y Pau Miró. Dramaturgia y dirección: Andrés Lima. Intérpretes: Nathalie Poza y Pablo Derqui. Teatro Romea. Barcelona. Hasta el 19 de octubre.

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