_
_
_
_
_
OBITUARIO

Magda Olivero, una voz mítica del siglo XX

La soprano italiana poseía un desbordante talento dramático

La soprano italiana Magda Olivero.
La soprano italiana Magda Olivero.AP

El pasado día 8 ha muerto en Milán a los 104 años la soprano Magda Olivero, una de las voces míticas del siglo XX tanto por sus capacidades y técnica vocales como por su desbordante talento dramático. Había nacido en Saluzzo, cerca de Turín, el 25 de marzo de 1910. Al principio, algunos maestros turineses encontraron fisuras en su voz, pero su interés por cantar la llevó al aula de Luigi Gerussi y a tomar clases alternadamente con el Maestro Simonetto y con el compositor Giorgio Federico Ghedini, que además la inició en los estudios teóricos musicales y de dirección, aunque su principal maestro vocal fue Luigi Ricci (1893-1981). Primero cantó en la radio de Turín en 1932 el oratorio I misteri dolorosi de Nino Cattozzo (1886-1961) y un año más tarde hace la Lauretta de Gianni Schicchi (Puccini, 1918). Al escucharla, Tulio Serafin la aconseja estudiar roles como Amina (La sonámbula), Adina (El elíxir de amor) y Gilda (Rigoletto), pero la joven Magda dará un giro de 180º a este consejo y prepara los papeles de Manon (Manon Lescaut), Mimi (La bohème), Elsa (Lohengrin) y Liù (Turandot), con los que debuta en la temporada 1936-37, a los que siguió, su primera Violetta (La Traviata) en Reggio Emilia, y la Cio-Cio-San (Madama Butterfly) en Módena y Nápoles. A esta enorme capacidad de asimilar repertorio, en la temporada 1939-40 Olivero canta por primera vez la Adriana Lecouvreur (Cilea, 1902) en los coliseos de Roma, Nápoles, Venecia y Florencia recogiendo un triunfo que la consagra tempranamente y que hace manifestar al compositor que ha encontrado por fin a su intérprete ideal para el rol de la trágica actriz amiga de Voltaire, trono que compartió con Gina Cigna y Renata Tebaldi. Diez años después de su primera retirada de la escena en 1941 por su matrimonio, Magda Olivero vuelve a la escena en este papel, a sugerencia otra vez del compositor, que no llegó a escucharla de nuevo, el 3 de febrero de 1951 en el Teatro Grande de Brescia.

Explica el crítico Paolo Issotta cómo Olivero poseía una técnica “de la vieja escuela” (Ricci) tan perfecta, que la facilitó mantener una longevidad vocal excepcional. Nunca dio clases privadas, pero en los cursos de perfeccionamiento, sus alumnos hasta hace poco la escuchaban emitir notas con frescura, altura y precisión. Es leyenda cierta que pedía que le golpearan a puño cerrado el diafragma para comprobar su resistencia y dureza, e Issotta recuerda su temeraria interpretación de L’altra notte in fondo al mare (Mefistófeles, Boito) completamente tendida sobre un banco, con los ojos mirando a las bambalinas, pues ella no necesitaba fijarse en el director de orquesta. Todas las recensiones de la época resaltan la afinación y el esmero, la depurada articulación del texto en una dicción única, una especie de silabado cristalino a la que unía el acento expresivo, detalles perceptibles desde la Violetta a la Isolda o de la Fedora a la Margherita; hay que citar su Julieta en la Giuletta e Romeo de Riccardo Zandonai o su Sor Angélica. Su debut en Londres fue en 1952 en el Stoll Theatre y volvió al Festival de Edimburgo en 1963 con su Adriana.

Magda Olivero no se detuvo en el repertorio decimonónico sino que en el Teatro alla Scala hizo la Sacristana de Jenufa (Janacek) o en el Teatro San Carlo de Nápoles La visita de la vieja dama de Gottfried von Einem. Hizo suya también la encarnación de la Condesa de La dama de Picas” (Chaicovski), papel que hizo a los setenta años, y se dice que en la sesión de maquillaje había que envejecerla para el rol por cómo se mantenía. Parte de su secreto era su profunda cultura musical; en una época en que muchas cantantes ni eran capaces de leer un pentagrama, ella era diplomada de composición. En su repertorio también estaban La fanciulla del West, La Wally y Francesca de Rimini. En 1967 hizo una soberbia aparición el Dallas con la muy difícil y comprometida Medea de Luigi Cherubini, no debutando en el Metropolitan Opera House de Nueva York hasta 1975 con una Tosca que los melómanos neoyorkinos consideran histórica: tenía 65 años; la prensa reflejó que la ovación final duró más de 20 minutos con la platea en pie. Su última ópera completa fue La voz humana (Poulenc) en 1981, que ya había cantado en Nueva York en 1970, y grabó discos de arias en su madurez. Católica de convicciones muy estrictas, cantó música religiosa en el ámbito litúrgico casi hasta el final y abogaba por la reimplantación de la liturgia latina. El pasado día 8 en el Teatro alla Scala de Milán se guardó un minuto de silencio antes de comenzar la función.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_