_
_
_
_
_
OBITUARIO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Andrew V. McLaglen, un director amante del gran ‘western’

En 1956 debutó como director con 'Matar a un hombre', un 'western', como la mayor parte de sus mejores trabajos, género del que disfrutaba casi tanto como del policiaco

Gregorio Belinchón
Andrew V. McLaglen, director de cine
Andrew V. McLaglen, director de cineGETTY

La sombra de su padre fue alargada, y, sin embargo, Andrew V. McLaglen supo encontrar su lugar en Hollywood, hacerse un nombre propio. El cineasta tenía el mismo porte físico, grande, con aire a estibador, duro, que el de su padre, el inolvidable Victor McLaglen, Oscar al mejor actor por El delator y candidato de nuevo a la estatuilla de Hollywood con El hombre tranquilo, uno de esos rostros que tanto amaba John Ford. Andrew, que ha fallecido el pasado 30 de agosto a los 94 años, nació en Londres en 1920 cuando su progenitor ya había abandonado el boxeo y debutado en el cine mudo británico. Pero la familia se trasladó cinco años después a Hollywood y los recuerdos del cineasta eran enteramente estadounidenses, es más, memorias de la época dorada de Hollywood. Allí creció, a Victor le gustaba llevar a su hijo a los rodajes, y por ello empezó a trabajar en la productora Republic, de las empresas más potentes de la segunda división tras las majors. Allí debuta como ayudante de dirección en Love, honor and goodbye en 1945, comedia protagonizada por su padre, antes de absorber la sabiduría de John Ford como su asistente en El hombre tranquilo, y de William Wellman como su ayudante en El infierno blanco, Escrito en el cielo, El rastro de la pantera y Callejón sangriento.

Ese año, 1955, fue la última vez que trabajó como segundo de alguien, porque en 1956 debutó como director con Matar a un hombre, un western, como la mayor parte de sus mejores trabajos, género del que disfrutaba casi tanto como del policiaco: a él pertenecía su segunda película, Man in vault (1956). En televisión debutó poco después en El pistolero de San Francisco y La ley del revólver, series de las que dirigió la mayor parte de sus episodios, más de 200 sumando ambas.

Su primer gran trabajo llegó en 1963 en El gran Mactlintock, con John Wayne y Maureen O'Hara, pareja con la que obviamente conocía a la perfección. Como director, fue el responsable de El valle de la violencia (1965), The rare breed (1966), las dos con James Stewart, La brigada del diablo (1968), Bandolero (1968), Los luchadores del infierno (1968), Los indestructibles (1969), la gran Chisum (1970), La primera ametralladora del Oeste (1971), La soga de la horca (1973), Los últimos hombres duros (1976)… Son casi todos westerns, policiacos y filmes bélicos, pero estaba claro que McLaglen había nacido tarde para el cine que le gustaba hacer. Sus últimos títulos más interesantes nacieron de esos mundos, como Patos salvajes, Lobos salvajes o El regreso del río Kwai (1989), su penúltimo trabajo antes de retirarse con la floja Eye of the widow (1991)

Su jubilación le llevó hasta a Friday Harbour, en la isla de San Juan, en el estado de Washington, donde se dedicó a dirigir en montajes teatrales a sus vecinos en el San Juan Island Community Theater.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_