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La invencible sale a flote

Los arqueólogos terminan su campaña con indicios de que están cerca del ‘San Marcos’

El historiador John Treacy coordina una búsqueda con el equipo de buzos.
El historiador John Treacy coordina una búsqueda con el equipo de buzos.D. R.

Hacía ya dos semanas que la Felicísima Armada, la Invencible como la bautizaría la propaganda inglesa, navegaba por las soledades del Atlántico Norte. Amanecía el 7 de septiembre de 1588 y, desde el alcázar de su barco, el galeón San Martín, el duque Medina Sidonia oteó el horizonte con la incertidumbre cosida al rostro. Nadie mejor que el máximo responsable de la flota diseñada por Felipe II para invadir Inglaterra sabía lo arriesgado de la empresa que lideraba: llevar de regreso a España una maltrecha flota —3.000 enfermos y heridos a bordo de 112 barcos maltrechos por el cañoneo inglés—, sin apenas comida y agua, bordeando Escocia y la costa oeste de Irlanda. Lo que menos podía imaginar Medina Sidonia es que en las órdenes de navegación que había transmitido a sus bajeles para encarar “ese viaje de Magallanes” como lo describiría uno de sus asesores, latía el peor de los presagios. En apenas unos días, buena parte de la flota daría fe de ese funesto agüero. “El escenario del desastre, naval y humano, de la gran flota de Felipe II no fue el canal de la Mancha ni los cañones ingleses, sino el litoral occidental de Irlanda”, recuerda el historiador Hiram Morgan, de la Universidad de Cork. “Fue en esa terra ignota donde 24 barcos naufragaron y 6.000 hombres murieron”, sentencia.

Pese al paso de los siglos, la dramática historia de la Spanish Armada sigue cautivando a los irlandeses. No hay lugar en la costa oeste de la isla en el que no se recuerden las vicisitudes de algún barco español o las desventuras de su tripulación. Esa fascinación obedece en gran medida a las exitosas expediciones arqueológicas que, desde 1967, han rescatado del fondo del mar los tesoros de seis de las 24 naves hundidas en Irlanda que han llenado museos de Derry, Belfast o Dublín.

La última campaña, que arrancó a mediados de mayo y está a punto de terminar, tenía como objetivo recuperar el galeón San Marcos, hundido cerca de Spanish Point, en el condado de Clare. Construido en 1585 en Cantabria, el San Marcos era una de las joyas de la Armada. Capaz de desplazar 790 toneladas, contaba con 33 cañones de bronce, 17 culebrinas y 16 sacres, un poderío de fuego al que sumar una fuerza militar de 350 soldados y 140 marineros.

OSTENTACIÓN EN LA 'GIRONA'

La noche del 28 de octubre de 1588, cuando pretendía llegar a la costa sur de Escocia, una furibunda tempestad estrelló la Girona contra las rocas. Al mando se encontraba Alonso Martínez de Leiva, segundo hombre más importante de la Armada tras el duque Medina Sidonia. El barco transportaba a la flor y nata de los nobles españoles, además de soldados y tripulación. "Viajaban unos 1.300 hombres procedentes en parte de dos barcos naufragados previamente, La Rata Encoronada y el Duquesa Santa Ana, de los que solo sobrevivieron cinco", recuerda Tom Timoney, miembro de Templeremore Archaeology, asociación entre cuyas actividades está la recuperación de la memoria de la Invencible en el Ulster. Uno de los supervivientes dio origen al apellido Morning, muy corriente en Derry: "La mañana siguiente al naufragio la gente encontró a un hombre desnudo, desorientado, sin hablar inglés o gaélico. Le llamaron Adam, en honor del primer hombre, y Morning, al haber sido encontrado por la mañana", relata Fionnbarra Ó Dochartaigh, otro miembro de la asociación.

El fatalismo de la Girona cautivó desde joven al arqueólogo submarino belga Robert Sténuit. Encontrar la nave se convirtió en su gran obsesión. 379 años después de su naufragio, Sténuit empezó a buscar el barco en Port na Spaniagh y Lacada Point, dos de los rincones más bellos de la célebre Calzada del Gigante. El 27 de junio de 1967 se topó con la Girona. Lo primero, un lingote de plomo sellado con cinco cruces de Jerusalén. Tras él: botones y anillos de oro y plata, camafeos bizantinos de lapislázuli, medallas, cañones…

Mientras camina por la sala monográfica que el Ulster Museum de Belfast dedica a la Girona, Winifred Glover, conservadora de sus tesoros durante tres décadas, justifica la notoriedad de los centenares de objetos expuestos. "Los hombres que iban a bordo eran nobles, aventureros y oficiales, personajes que vestían con ostentación y lujo", explica, mientras se detiene ante la joya de la corona de la exposición: una salamandra de oro y rubíes de origen azteca. Según Glover, "el desastre de la Girona, el último barco de la Invencible que naufragó en Irlanda, es la metáfora del naufragio de un imperio poderoso y orgulloso que encontró en alguno de los parajes más bellos de la isla un sudario de drama, emoción y, sobre todo, de leyenda".

Aunque prudente, a sus 32 años, John Treacy, director del Proyecto San Marcos e historiador del Mary Immaculate College de Limerick, no puede reprimir un esbozo de sonrisa triunfante. En junio, tras analizar un área de tres kilómetros del lecho marino, el sonar y el magnetómetro marino detectaron la que podría ser una pieza clave en la localización e identificación del barco: su ancla. “Su diseño es el habitual de los barcos españoles del siglo XVI”, apunta Treacy, “pero aún hay que ser cautos y esperar la confirmación definitiva del departamento de arqueología submarina del Gobierno. El objetivo ahora sería encontrar alguno de los 33 cañones de bronce del galeón”, cuenta Treacy mientras cruza los dedos sobre un mapa en 3D del área marina en la que cree que dormita el San Marcos. “Estamos a punto de toparnos con el Titanic de la Invencible”, sentencia.

A unos días de la finalización de esta primera campaña, Treacy y su equipo, buzos pertenecientes a clubes de submarinistas de los condados de Clare, Galway y Limerick, hacen balance. “Los resultados son muy alentadores, sobre todo al haber podido acotar en el fondo marino un espacio que casa con el naufragio de un gran barco”, explica Treacy. “Esto ha permitido marcar una serie de objetivos específicos para su análisis por parte de los buzos y cuyos resultados se comparten con la Unidad de Arqueología Submarina del Irish Department of Arts & Heritage para su evaluación”. Un análisis lento y laborioso a tenor de una particularidad del lugar donde se hundió el galeón español, con 21 naufragios de diferentes épocas registrados.

El Proyecto San Marcos es una campaña basada en la implicación popular. “A excepción de la tecnología para mapear el lecho marino aportada por el Gobierno irlandés, el proyecto arrancó con un presupuesto de 2.000 euros y la colaboración de Spanish Point y de los pueblos de alrededor de diferentes formas”, explica su director. “Los buzos han luchado contra las fuertes mareas de forma altruista, igual que los historiadores e investigadores. Un mecenas local ha donado un barco para la campaña”.

El San Marcos quedó destrozado la tarde del 20 de septiembre de 1588 tras chocar contra un bajío cercano a Mutton Island. “El impacto debió ser aterrador en medio de la tormenta”, apunta Treacy, quien recuerda que de los 490 hombres del galeón solo 4 lograron hacer tierra. Ese mismo día, otro barco corrió la misma suerte a una docena de kilómetros al sur de Spanish Point. Era el San Esteban. Más de 300 hombres se ahogaron. Solo hubo 60 supervivientes que, junto a los 4 del San Marcos, fueron capturados por Boetius Clancy, el representante de la Corona inglesa. Éste obedeció a rajatabla las órdenes de ajusticiar a todo español sin importar su rango o alcurnia. De ahí que, incluso Felipe de Córdoba, uno de los prohombres supervivientes de los naufragios, cuyo regreso a España sano y salvo habría reportado un lucrativo rescate, fue ahorcado junto al resto de hombres en la colina más alta que mira a la playa de Spanish Point. Desde hace generaciones, ese lugar se conoce como “la colina de las horcas” (cnoc na crocaire, en gaélico).

No es la única historia del San Marcos que aún late en Spanish Point. Desde hace generaciones, en el pueblo se recuerda el lugar donde fueron sepultados tanto los ajusticiados como los centenares de cuerpos inertes que la corriente arrastró hacia tierra firme. Es lo que en gaélico se conoce como tuama na Spáinneach (la tumba de los españoles).

Judith Ironside, folklorista local de 82 años, desvela el emplazamiento del túmulo. “Cada mañana voy a pasear a mis perros allí”, relata. “Para ellos ése es su patio de recreo, pero ahí nunca van a jugar”, espeta con cierto misterio mientras señala un promontorio moteado de florecillas amarillas y coronado por tres solitarias piedras blancas. Michael J. Haran, el granjero propietario de las tierras, recuerda cómo desde niño creció evitando ese lugar. “Mi bisabuela nos prohibía jugar allí porque, decía, era un lugar que debía respetarse al estar enterrados los españoles”. Y así sigue, solitario, en paz, con el bramido del mar acunando su recuerdo.

De la tragedia de la Invencible nació una leyenda que el folklore y la tradición han mantenido viva hasta hoy en Irlanda. “Tópate con un irlandés de cabello oscuro, ojos castaños y piel morena como yo y tendrás ante ti un descendiente de los náufragos de la Invencible. Son los black irish”, asevera con tono catedralicio Eddie McGorman, mientras el viento desordena su cabellera bruna frente a la playa de Streedagh Strand. Allí fue donde se hundió La Lavia, el barco del capitán Francisco de Cuéllar, el náufrago más célebre de la Gran Armada gracias a la crónica que escribiera de sus aventuras tras ocho meses sobreviviendo en la isla. En realidad, McGorman, organizador del Celtic Fringe Festival, un compendio de conferencias, encuentros de artistas, conciertos de música española e irlandesa y recorridos por la zona con la figura de Cuéllar como hilo conductor, enuncia una arraigada creencia popular tan defendida —por la cantante Enya, entre otros— como cuestionada.

“Es una hermosa historia, pero sólo es un mito irlandés”, afirma con contundencia el profesor Morgan, experto en las relaciones hispano-irlandesas de los siglos XVI y XVII. “Seguro que los soldados españoles que, como Cuéllar, sobrevivieron a los naufragios e intimaron con las irlandesas eran muy galantes, pero de ahí a creer que un puñado de españoles fueron los ancestros de todos los irlandeses morenos es sobrevalorar en demasía la furia hispana”, ironiza.

LA MANDOLINA DE LA ‘LA TRINIDAD VALENCERA’

“En los libros de historia sólo ocupa unos renglones, pero la masacre de Illagh, uno de los episodios más cruentos y viles que padecieron los supervivientes de los naufragios de la Armada Invencible, adquiere una nueva dimensión cuando se pisa la tierra donde se produjo”. Así se expresa Marcas Ó Murchú, toda una institución musical en el país como virtuoso de la flauta irlandesa y apasionado divulgador de la historia de la Invencible mientras pasea entre las ruinas del castillo de Illagh. Situado a las afueras de la ciudad de Derry, una gran cruz de madera engullida por la maleza recuerda lo que allí sucedió.

"Este lugar fue el último destino de 400 soldados y marineros de La Trinidad Valencera, barco veneciano bajo el mando de Alonso de Luzón, comandante del Tercio de Nápoles, que el 16 de septiembre de 1588 tuvo el infausto privilegio de ser el primer barco de la Armada que naufragó en Irlanda", apunta pomposamente Murchú. Luzón llevó a sus hombres hasta allí con la esperanza de ser socorridos. Nada más lejos de la realidad. Tras haberse rendido, depuesto las armas y separado a los mandos de más alto rango del resto de la soldadesca, más de 300 hombres fueron lanceados y masacrados con arcabuces por la guarnición inglesa de la zona.

La Trinidad naufragó en los arrecifes del arenal de Kinnagoe Bay, al norte de la península de Inishowen. Y ahí dormitaron sus restos 383 años hasta que buzos del Sub-Aqua Club de Derry los encontraron casi por casualidad en 1971. De ello dan fe los centenares de objetos que hoy pueden contemplarse en el Tower Museum, en Derry. "Se trata de un variopinto repertorio en el que no faltan grandes cañones, como un sacre de bronce de 3,50 metros. Pero lo más valioso son los objetos que explican la vida cotidiana del barco, de los soldados del tercio o, incluso, de su ocio a bordo, como lo evidencia el mástil de una mandolina", explica Terence O'Kane, director del museo, para quien este lado humano condensa la verdadera tragedia de la Invencible.

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