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Málaga o el duro coste del prestigio

La taurina malagueña no goza aún del prestigio que merecería por la importancia de la ciudad

Antonio Lorca
El diestro José Tomás en la feria en la plaza de La Malagueta, Málaga.
El diestro José Tomás en la feria en la plaza de La Malagueta, Málaga. García-Santos

No es fácil adquirir prestigio; y en el mundo del toro, tan desacreditado en sí mismo, es tarea de titanes. Málaga, plaza de primera categoría, lo intenta desde hace años y le está costando la misma vida. Es más, sus enormes esfuerzos no han encontrado aún recompensa, y el toreo -así se denomina a los representantes del negocio- todavía no la ha apuntado en la breve lista de plazas respetables.

Encomiable parece el celo que la Diputación Provincial malagueña, propietaria del coso, dedica a la promoción de la fiesta de los toros; dignísimo el esfuerzo de la nueva empresa, Coso de Badajoz, por levantar lo que parecía perdido, pero la Málaga taurina no acaba de despegar; mejor dicho, no goza aún del prestigio que merecería por la importancia de la ciudad y la calidad de sus carteles.

¿Por qué? No basta, al parecer, con el interés de los dueños y la presencia de figuras y ganaderías conocidas. No es suficiente.

En Málaga hay poca afición -al igual que ocurre, por otra parte, en muchas zonas de este país-, y, además, es torerista. La mezcla de una mayoría de público indocumentado y con preferencia por los toreros más conocidos es perniciosa y explosiva.

Por si fuera poco, la feria malagueña coincide con la de Bilbao, lo que, ciertamente, le resta protagonismo. Añádasele la permisividad de la empresa a la hora de elegir los toros en el campo (da la impresión de que los que mandan son los equipos de las figuras), y una autoridad nada exigente, titubeante y temerosa. La presencia de las figuras es síntoma inequívoco de que habrá baile de corrales, y alguna vez, -este año, para más señas- algunas se han permitido supuestamente plantear, incluso, un chantaje: o se aprueban estos toros o nos vamos. Y es entonces cuando la empresa, que tiene que mirar por sus dineros, y la autoridad, cuya misión parece ser que se circunscribe a que no se suspenda ningún festejo y evitar un escándalo público, claudican. La impresión final es que en Málaga sale el toro que quieren las figuras, mal presentado casi siempre y vacío de fortaleza.

Este año no ha habido una sola corrida digna de plaza de primera; de desigual trapío, inválidas casi todas, descastadas y de birrioso comportamiento.

Doce orejas se han concedido por el exagerado triunfalismo del público y el escasísimo rigor de la presidencia.

Lo mejor, la venta de entradas. Los tendidos casi se han cubierto todos los días gracias a la presencia salvífica de José Tomás en los carteles. A él se le hace responsable de pasar de 1.500 a más de 5.000 abonados. Pero, ¿y cuando no se anuncie este salvador de las taquillas?

El futuro es una incógnita. O se apuesta por la exigencia de verdad y se somete a ganaderos y figuras al imperio de la norma, o Málaga seguirá siendo una plaza de segunda con título honorífico de primera.

‘Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda’, apuntó el sabio. Ni el celo de la Diputación ni la buena gestión de la empresa merecen que se doble la espalda más de la cuenta. Es muy duro ganar prestigio, pero el tremendo esfuerzo merece la pena. Ser respetado es un gran honor.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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