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UN MUNDO AHÍ FUERA
Columna
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Una historia entre los dedos

Javier Sampedro

Anaximandro, un estudiante de Tales de Mileto y por tanto uno de los primeros filósofos de la Grecia clásica, fue también un pionero del evolucionismo. Creía que los primeros animales eran unos extraños peces cubiertos de espinas que emergían del barro por generación espontánea, y que sus descendientes habían abandonado el mar, colonizado la tierra firme y originado a los demás animales por “transmutación”: una mezcla de pensamiento moderno y empanada mental que ha dejado perplejos a no pocos estudiosos.

Un par de siglos después, el discípulo de Pitágoras Alcmeón de Crotona reconoció la diferencia entre arterias y venas, descubrió el nervio óptico —el cable que lleva la información de los ojos a la parte posterior del cerebro, donde es procesada—, identificó el cerebro como la sede del intelecto y fundó la embriología, o estudio del desarrollo animal y humano.

Anaximandro y Alcmeón pueden considerarse los fundadores de uno de los campos de investigación más punteros de nuestros tiempos, la evodevo, o estudio coordinado de la evolución y el desarrollo (development en inglés). La gran aportación de esta disciplina ha sido el descubrimiento de la profunda unidad de los mecanismos básicos del desarrollo, el proceso por el que un óvulo fecundado se convierte en un animal con todas sus complejidades arquitectónicas. Hasta los años ochenta y noventa del pasado siglo resultaba por completo inconcebible que la lógica profunda de la construcción de un gusano, una mosca, un pez y un ser humano fuera exactamente la misma, en todo su abrumador detalle genético y celular. Y que los cambios más o menos sutiles de esa maquinaria genética estuvieran detrás de la explosión de formas vivas en toda su abigarrada naturaleza que nos rodea por tierra, mar y aire. Nadie había podido predecir eso jamás, ni siquiera intuirlo, aunque es probable que Alcmeón se hubiera sentido satisfecho por el resultado.

El ancestro de todos los vertebrados que nadó por los litorales del cámbrico, hace unos 500 millones de años, solo tenía aletas en la cola (caudales). La organización de su cuerpo, como la del nuestro, tenía su correlato interno en una fila de 13 genes (Hox1, Hox2, Hox3 y así hasta 13), situados en el mismo orden en el cromosoma que las partes del cuerpo que define cada gen: primero los genes que organizan la cabeza, luego los del tórax, luego los del abdomen y al final los de la cola, como Hox13. Nosotros no tenemos cola, pero nuestro coxis está definido también por los últimos genes Hox de la fila.

Pero los primitivos peces, o sus precursores, empezaron a sacar copias de toda la fila Hox y a usar algunos para organizar otros ejes distintos al que nos recorre de cabeza a cola. El más notable de ellos es el que inventó un nuevo tipo de aletas que ya no estaban en la cola, sino en el pecho del pez: el par de aletas pectorales que se puede observar con lujo de variedad en cualquier pescadería. Como las antiguas aletas caudales, las nuevas aletas pectorales se organizan por los últimos genes Hox de la fila.

Y de ahí vienen nuestros brazos, con Hox 10, 11, 12 y 13 marcando la diferencia entre húmero, cúbito y radio y la fila de dedos con las que acabo de terminar este artículo.

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