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FERIA DE MÁLAGA

Desconsolado recuerdo a Picasso

Los inválidos y descastados toros de Luis Algarra dieron al traste con la V corrida Picassiana. La plaza apareció engalanada con motivos pictóricos, pero el recuerdo al pintor malagueño quedó muy desangelado.

Antonio Lorca
Jiménez Fortes, durante un momento de la corrida de ayer.
Jiménez Fortes, durante un momento de la corrida de ayer.garcía-santos

Se celebraba la quinta corrida Picassiana. Loren, un artista francés, había adornado las tablas de la barrera y del callejón con trazos pictóricos en recuerdo de la época azul del genio malagueño, que asistió al festejo desde las hojas de las cinco puertas del ruedo, adornadas con primeros planos de su singular y penetrante mirada.

Suenan los clarines y el paseíllo es una serpiente multicolor en la que cada cual se ha vestido con lo más extraño que encontró en el armario. Algunos se confundieron de pintor y se enfundaron en un traje goyesco. Sea como fuere, la voluntad se agradece.

Algarra/Conde, Vega, Fortes

Toros de Luis Algarra, correctos de presentación, inválidos, mansos, descastados y sosos.

Javier Conde: media atravesada _aviso_ y siete descabellos (silencio); media travesada y un descabello (pitos).

Salvador Vega: casi entera trasera, un descabello y el toro se echa (saludos por su cuenta); casi entera caída _aviso_ (ovación).

Jiménez Fortes: estocada que hace guardia y estocada (vuelta); estocada (ovación).

Plaza de la Malagueta. 21 de agosto. Quinta corrida de feria. Casi tres cuartos de entrada.

La corrida fue un bodrio. Si Picasso levantara la cabeza y comprobara en sus carnes cómo celebran su recuerdo en su ciudad natal, vuelve a cerrar los ojos del disgusto. En fin, que es mejor acabar de una vez con festejos sin sentido que utilizan la imagen de grandes personajes que no merecen tal deshonor.

Los toros de Algarra ofrecieron un espectáculo muy lamentable; animales tullidos, inválidos y moribundos, que no permitieron la más mínima posibilidad de lucimiento. De hecho, los únicos toros bien armados y astifinos de la corrida aparecían fotografiados sobre el frontal de los burladeros, según la imaginación del escenógrafo, que quiso ser torero en su juventud, y aún cree en fantasmas toristas. La realidad era bien distinta, y los de carne y hueso eran representantes birriosos de masas informes sin sangre en las venas.

Con tal material de desecho es fácil imaginar la labor de los toreros, perseverantes en su entrega, pero nulos ante el triunfo por las insalvables dificultades de toros imposibles, sin mérito alguno para ser considerados parte de esta fiesta.

Por cierto, apareció el local Javier Conde, enfundado en un vestido tecnicolor, bordado con motivos picassianos. Se siente artista este hombre, y parece serlo más por convicción personal que por su obra. Es como un poeta sin inspiración; él es un torero sin capacidad. Hace años que navega entre las procelosas aguas de su propio ocaso. Es todo desconfianza, huye de su propia sombra, intenta dar muletazos muy despegados, contrae en exceso la figura y la recupera y aflamenca cuando el toro ya no está en su terreno. Y lo peor no es eso; lo peor es que su propia gente ya no lo toma en serio, y eso sí es muy grave. No tuvo toros, es verdad, pero lo que no hubo fue torero.

Le acompañó Salvador Vega, que dejó hace tiempo de ser una esperanza y no acaba de salir del foso de la frustración. Mantiene su buen corte y lo demostró en sendos quites por chicuelinas y a la verónica. Hizo el esfuerzo con la muleta, y algún muletazo lo trazó con inspiración, pero su lote no le permitió expresión alguna. Su primero se derrumbó en la arena y solo se levantó cuando le tiraron del rabo; y un muermo era el quinto.

Mejor impresión ofreció Jiménez Fortes con tan escaso material torista. Se lució por chicuelinas y gaoneras, y se estiró por ambas manos con mucho más interés del que merecían sus oponentes.

Al final del birrioso festejo, los ojos de Picasso seguían abiertos sobre las puertas del ruedo; el festejo no mereció, ni por asomo, el esfuerzo del genio. Aquello fue, no más, un desconsolado recuerdo.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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