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La cruzada de Jack White

El exmiembro de The White Stripes bate récords con la edición en vinilo de 'Lazaretto' Su segundo álbum como solista incluye todo tipo de novedades técnicas

Diego A. Manrique
El nuevo trabajo de Jack White, 'Lazarreto'.
El nuevo trabajo de Jack White, 'Lazarreto'.

Alrededor de Jack White (Detroit, 1975), compiten dos interpretaciones. La primera, que puede incluso reconocer sus poderes como guitarrista, le considera un neurótico, obsesionado por desconcertar a sus admiradores y a los medios, aún a riesgo de dañar su música. La segunda, asumiendo las peculiaridades del personaje, prefiere ver a un creador que huye de la rutina como de la peste y que se esfuerza por revalorizar los discos.

En esa última faceta, le va bien. Lazaretto, segundo álbum bajo su propio nombre, está siendo el LP nuevo más vendido desde que se instaló –en 1991, en pleno auge del CD- el sistema Soundscan, que automatiza la información sobre los discos despachados. En su primera semana, Lazaretto alcanzó las 40.000 copias (superando a Vitalogy, con 34.000 ejemplares en 1994, cuando Pearl Jam estaba en la cima).

Teóricamente, las cifras de Jack White solo podrían interesar a estudiosos de las tendencias del negocio musical. Con unas ventas totales de 138.000 copias, la tarta se divide en tres partes aproximadamente iguales para cada soporte: CD, descarga digital y vinilo. Pero nos recuerdan que White ha dedicado abundante energía mental al LP.

La edición Ultra de Lazaretto llama la atención a primera vista. Una de las caras es negro brillante, la otra negro mate. La cara A también incluye un pequeño holograma. Y sólo es el comienzo. Uno de los temas, Just one drink”, tiene una introducción acústica o eléctrica, según caiga la aguja. Cada galleta del disco contiene una pieza inédita, a 78 o 45 revoluciones por minuto: la escucha completa de Lazaretto exige cambiar la velocidad; no es una experiencia pasiva.

Jack White durante un concierto en el mes de junio, en el Bonnaroo Music & Arts Festival de Manchester (Tennesse).
Jack White durante un concierto en el mes de junio, en el Bonnaroo Music & Arts Festival de Manchester (Tennesse).Jason Merritt (Getty Images / AFP)

Cierto: Jack White se deleita en desafiar las expectativas de sus seguidores. Igual con sus conciertos: en la anterior gira, llevaba dos bandas de acompañamiento, una femenina y otra masculina: ni los músicos ni el público sabían cuál saldría a tocar una determinada noche.

A veces, y esto da miedo, Jack parece la versión rock de Prince: un maniático del control, veleidoso monarca de una fantasía propia. A White quizás le salve su sentido lúdico. Basta comparar el Paisley Park de Prince, un recinto hermético y kitsch, con el cuartel general de Third Man Records, el actual centro de operaciones de Jack White.

Está situado en el número 623 de la Séptima Avenida de Nashville, una ciudad conservadora pero habituada a las extravagancias del country. Comparado con los delirios indumentarios de algunos vaqueros cantarines, el uniforme de los empleados de Third Man Records parece una opción ascética. La propia operación encaja con el espíritu práctico y la vocación emprendedora de los pioneros estadounidenses.

Third Man Records conjuga (1) una tienda, (2) un local de conciertos/espacio de ensayo con servicio de grabación, (3) oficinas y (4) almacén para los muy variados productos del sello de White. También funciona como garaje para algunos de los vehículos del propietario, desde modelos vintage a un coche eléctrico. Atención: allí no está el estudio profesional donde White graba sus discos oficiales, que ocupa un anexo de su residencia. Pero todo está cuidado al mínimo detalle, desde los suelos –de resina epoxi- a la iluminación del espacio para tocar, bautizado The Blue Room.

Su último disco es el elepé nuevo más vendido desde 1991, según Soundscan

Cuando White concibió Third Man Records, sus contables se echaron las manos a la cabeza: “tendrás que girar mucho para compensar las pérdidas”. Hoy, su propietario insiste en que es un complejo rentable. Puede que este hombre tenga algo del toque del Rey Midas: instaló un Voice-O-Graph, una de aquellas primitivas cabinas en las que cualquiera podía registrar su voz. A Neil Young le hizo tanta gracia que allí ha grabado su último trabajo, A letter home.

Cuando las superestrellas deciden montar una discográfica propia, la iniciativa suele morir de inanición y terminar convertida exclusivamente en sello para sus propias referencias. Por el contrario, Third Man Records funciona a tope: versiones en vinilo del ya extenso catálogo de grupos del jefe, sus producciones para otros artistas, discos completos que vienen de fuera, reediciones históricas.

Una ocurrencia feliz son las Blue Series: singles sueltos, protagonizados por artistas visitantes, desde Tom Jones a Michael Kiwanuka, o por insólitos proyectos locales, como Transit, banda formada por trabajadores del transporte público de Nashville. Constantemente, White y sus cómplices experimentan con el soporte. Han publicado maxis transparentes con líquido en su interior, singles fluorescentes, picture discs y hasta grabaciones en placas de rayos X usadas (añejo descubrimiento de melómanos de la URSS, para hacer copias de los prohibidos discos foráneos).

Un tema tiene una introducción acústica o eléctrica, según caiga la aguja

Third Man Records quiere tratar sus lanzamientos como objetos artesanos. Ahí está la preciosa caja de madera que contenía grabaciones hechas por el mítico sello Paramount entre 1917 y 1932. Una línea blues que desarrollan ahora con reediciones en LP, ordenadas cronológicamente, de la obra de Charley Patton, Blind Willie McTell o los Mississippi Sheiks. Puede que sean finalmente objetos coleccionables más que discos para usar pero la intención de base es reivindicar el valor de la música.

Los muy fanáticos –y los inevitables especuladores- se apuntan a The Vault, un club de venta por correo que ofrece rarezas y merchandising. La empresa también tiene una simpática furgoneta que viaja ofreciendo sus productos.

Los enemigos de Jack White –los tiene muchos y variados- dirán que todo son artimañas publicitarias. Con todo, urge reconocerlo: es muy agradable toparse con un músico adicto al trabajo. Y todos podemos identificarnos con alguien que intenta reproducir las sensaciones que tuvo cuando descubrió a sus antecesores en formatos físicos.

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