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Kasabian, rock del presente

La banda británica siente la necesidad de ir más allá de lo tradicional sin temer a otras músicas

Tom Meighan, cantante de Kasabian, durante su actuación en Glastonbury a final de junio.
Tom Meighan, cantante de Kasabian, durante su actuación en Glastonbury a final de junio.CATHAL MCNAUGHTON / REUTERS

Desde que aparecieron los Beatles, en Inglaterra hay una necesidad imperiosa de vender en el exterior a determinados grupos nativos. Cuando estos se convierten en el catalizador de un momento determinado —Sex Pistols, The Stone Roses—, la conexión funciona, aunque casos como el de Oasis también constatan que lo que para el público británico es un acontecimiento, para el resto del planeta no es más que un buen grupo. Tras la desaparición de estos, la industria musical inglesa necesita tapar ese hueco elevando a la categoría de gloria nacional a un grupo. Algo así requiere canciones, a ser posible que funcionen en el ámbito de estadios y festivales, y una actitud estelar y, a ser posible, desafiante. El reciente triunfo de Kasabian en Glastonbury corrobora que el cuarteto de Leicester está cercano a convertirse en ese anhelado reemplazo.

Serge Pizzorno y Tom Meighan —cerebro musical el primero, cantante el segundo; ambos motor e imagen del cuarteto— se ocupan desde hace 10 años de que no falten ni canciones ni actitud. Y algo más, porque Kasabian tiene eso de lo que carecen los Gallagher o The Libertines: la necesidad de ir más allá del rock tradicional. Lo han hecho desde su aparición, cuando eran una especie de revival del baggy rock de Manchester, y lo han seguido cultivando en cada uno de sus discos. Hasta llegar al quinto, 48:13, en el que regresan a sus raíces electrónicas, se pasean por el hip-hop, sitúan a Black Sabbath en el presente, reviven el espíritu de The Prodigy y, si se tercia, no temen sonar vulnerables. Nunca serán Radiohead —y eso seguramente ahuyenta a cierta crítica—, pero tampoco hace falta. Incluso cuando es previsible y hasta risible —Kasabian inspira reacciones extremas, o gustan mucho o se les detesta—, 48:13 funciona como una gratificante inyección de energía.

Las excursiones psicodélicas de obras anteriores dan paso a canciones que aspiran, como ocurre en Treat, a emular el nivel de riesgo del Kanye West de Yeezus. A caballo entre la electrónica y la balada acústica, Glass es una reflexión sobre eso que en España podríamos llamar “el efecto sí se puede”, una llamada a la insumisión rematada por un rap del escritor y orador Suli Breaks. A su vez, Kid está inspirado en los collages de Carrie Reichardt, otra activista, en este caso procedente del arte urbano, cuyo trabajo es heredero legítimo de Banksy. Como contraste, S.P.S. es una canción sobre los lazos fraternales entre Pizzorno y Meighan, entre el country y las baladas más cuidadas de los Stones. Recientemente Pizzorno aseguraba que este álbum es rock del futuro. 48:13 es más bien rock del presente, en absoluto temeroso de otras músicas, deseoso de evolucionar y también de conectar con el público que les jalea y su realidad. En los tiempos que corren, nada de eso es poco.

48:13. Kasabian. Columbia / Sony Music.

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