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GRADA DE VERANO
Columna
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Noche mágica de Jorge Luis Pinto

Diego Torres

Sucedió una noche en un país lejano, mucho antes del Mundial de Brasil. La voz de Jorge Luis Pinto resonó en el auricular del teléfono móvil.

—Dígame, fulano, ¿por qué no está jugando más?

El interpelado, futbolista profesional costarricense, se hallaba sepultado bajo el edredón. No conseguía separar el sueño de la vigilia mientras apretaba el teléfono contra su sien. ¿Qué horas serían? Las tres, las cuatro, quizá las cinco de la mañana.

—¿Haló? ¿Me oye? ¡Fulano! ¿Usted no ha pensado que…?

En la antigua Roma, donde los ritos eran más importantes que los dioses, la noche se dividía en secciones: crepusculum, concubia nox, nox, nox media, intempesta nox, silentium noctis y crepusculum matutinum. La penúltima sección era la más sagrada porque coincidía con las horas del silencio perfecto: el silencio augural, el punto en el que los sacerdotes interpretaban con más nitidez las señales que emitía la divinidad.

El colombiano Jorge Luis Pinto pasará a la posteridad como el entrenador que fue capaz de organizar la selección de Costa Rica, el equipo más competitivo del Mundial de Brasil. Nadie hizo más con menos. Los cuartos de final consagraron el trabajo de una selección que se sobrepuso al contraste con potencias como Uruguay, Italia o Inglaterra. El acontecimiento fue motivo de una prolongada fiesta en la nación centroamericana. Pero en la federación estalló todo. Nada como la culminación de una satisfacción para denunciar una tiranía.

Resultó que Pinto, como tantos administradores egocéntricos, sazonaba su método con comportamientos irracionales a los que atribuía un valor igualmente mágico. Los jugadores acabaron consumidos por el desprecio con que les trataba en sus arrebatos fiscalizadores. Hasta su amigo, su paisano Jaime Perrozzo, el psicólogo de la plantilla, confesó públicamente su asombro: “Pinto se cree Dios. Se cree el Mesías”.

Discípulo de la escuela italiana, Pinto se confiesa seguidor meticuloso de Lippi, de Zoff, y, especialmente, de Arrigo Sacchi. Y nadie que haya estudiado a Sacchi habrá pasado por alto su famoso desdén por la intimidad de los subalternos a la hora del silencio augural. Como hace 25 años no había móviles, irrumpía en los domicilios, o en las habitaciones del hotel, los despertaba y les pronunciaba discursos febriles sobre principios del juego. A veces les ponía vídeos para prefigurar maniobras y señalar conceptos.

Cierta noche, entre la intempesta nox y el crepusculum matutinum, Sacchi se sintió espiritualmente elevado al entrar en la habitación de Frank Rijkaard. Como si alguna sustancia psicotrópica le hubiese alcanzado el cerebro. El técnico recuerda el encuentro con el magnífico fumador holandés del Milan tal que si evocase el más bello augurio rastafari.

—Había tanto humo que Rijkaard no se veía.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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