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Crítica | Mil veces buenas noches
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Zonas de guerra

El director Erik Poppe no se mortifica en diluir algunas de las posibilidades de 'Mil veces buenas noches' en el drama previsible

Fotograma del cuarto largometraje de Erik Poppe 'Mil veces buenas noches'.
Fotograma del cuarto largometraje de Erik Poppe 'Mil veces buenas noches'.

Tras sobrevivir a un atentado en Kabul que, junto a heridas y traumatismos, dejó una carga de culpa, Rebecca (Juliette Binoche), fotógrafa de prensa especializada en zonas de conflicto, recibe una llamada de su jefa diciéndole que no podrá publicar su reportaje por presiones del Gobierno de EE UU. En él, la reportera documentaba el trayecto de una terrorista islámica desde sus últimos rituales religiosos hasta la detonación: para Washington, las instantáneas no hacían más que glamurizar el integrismo. Es uno de los muchos momentos en Mil veces buenas noches,cuarto largo del noruego Erik Poppe, en los que se reflexiona en voz alta sobre el sentido de las imágenes y la ética del fotógrafo de guerra, en tensión entre el gesto estético y la funcionalidad de su trabajo para agitar conciencias, exigir respuestas y promover cambios.

El espectador va a necesitar poco tiempo de metraje para darse cuenta de que Poppe no es tan autoexigente como Rebecca y que no le mortificará ni lo más mínimo diluir algunas de las posibilidades de su relato en el ámbito previsible del drama familiar sobre el pulso entre responsabilidades afectivas y compulsiones profesionales. Al noruego tampoco le quita el sueño usar como leit-motiv simbólico un móvil tallado en madera que representa la imagen de una familia de cuatro miembros —como la que protagoniza la película— con las manos unidas en un corro perfecto. No son pocas las obviedades que puntúan la película, en cuyo centro está el rostro ensimismado y doliente de Binoche: un rostro que, aquí, no parece estar construyendo su lenguaje en la cuerda floja, como en la reciente Camille Claudel 1915 (2013), de Bruno Dumont, sino dejándose llevar por sus tics e inercias gestuales.

En Mil veces buenas noches, la protagonista encuentra otra forma de zona de guerra en su círculo familiar, presidido por una pareja que reclama cuentas afectivas pendientes (Nikolaj Coster-Waldau), pero donde domina la mirada acusadora de una hija (Lauryn Canny) que podría llevar dentro una futura Rebecca. El arranque y el desenlace permiten calibrar con precisión la fuerza que debería haber recorrido el conjunto.

MIL VECES BUENAS NOCHES

Dirección: Erik Poppe.

Intérpretes: Juliette Binoche, Nikolaj Coster-Waldau, Lauryn Canny, Maria Doyle Kennedy, Chlöe Annett.

Género: drama. Noruega, 2013.

Duración: 117 minutos.

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