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Marlene Dietrich, biografía de juventud

Un ensayo sobre la actriz, publicado en 1931, acerca el mito a sus profundas raíces berlinesas

Elsa Fernández-Santos
Marlene Dietrich en una imagen de 1930.
Marlene Dietrich en una imagen de 1930.Cordon Press

Marlene Dietrich siempre se consideró una mujer con suerte. La fortuna de una diosa en medio del infierno. Desde que la joven berlinesa irrumpió en 1930 en una pantalla de cine vestida de Lola en El ángel azul,de Josef von Sternberg, ya nada volvió a ser lo mismo, ni en el cine ni en el Olimpo. Tampoco en Alemania, su país, cuya herida acompañó de por vida a esta emigrante de lujo que ese mismo año abandonaba su patria para convertirse en un mito de Hollywood. Solo un año después de ese asalto de Dietrich a la imaginación popular, el escritor alemán Franz Hessel publicó la primera biografía dedicada a la actriz, un retrato de juventud pegado a una Europa que se asomaba al abismo y cuyo aroma libérrimo impregnó de belleza y sabiduría a la mujer que desde la pantalla cantaba: “Yo soy la descarada Lola, la niña mimada, y tengo en casa una pianola. Yo soy la pícara Lola, los hombres me adoran, pero nadie toca mi pianola”.

El ensayo de Hessel se publica ahora en castellano de la mano de Errata Naturae, editorial embarcada en el rescate de este cronista de un tiempo perdido a través de libros como Berlín secreto y Romance en París. “Esta nueva obra forma parte de una personal fascinación por Marlene Dietrich, pero también por su época y la del autor”, afirma la editora Irene Antón sobre Hessel, singular figura que años después inspiraría el personaje de Jules en el Jules et Jim de François Truffaut y que sería padre de otro icono de nuestra tiempo, el indignado Stéphane Hessel. “Berlín secreto tenía una temática muy similar al libro sobre Marlene: el fascinante universo del Berlín de los locos años veinte, sus cabarés, sus personajes, el difícil clima político, aquel momento de esplendor y felicidad a pesar del comienzo de la crisis económica”.

A su sonrisa no se le puede reprochar nada. No tiene malas intenciones Franz Hessel

Según Hessel, Marlene Dietrich era capaz de sonreír como un ídolo —“como los arcaicos dioses griegos”— y, a la vez, tener un aire inofensivo. “A su sonrisa no se le puede reprochar nada. No tiene malas intenciones. Y, sin embargo, puede ser la sonrisa vampírica de Astarté”. El escritor apunta que como hija de un militar prusiano, la actriz estaba acostumbrada a la disciplina, “ha sido educada para mostrar una vigorosa energía”. “Estas cualidades han favorecido su profesión de artista. Cuando es necesario, esta frágil mujer de mirada maravillosamente indolente es capaz de aguantarlo todo. Durante los largos y enervantes ensayos del rodaje se muestra incansable”. Hessel contribuía así al falso mito de la mujer fuerte por gracia de la disciplina paterna cuando en realidad la actriz creció rodeada de mujeres y fue su madre la que marcó todas y cada una de las estrictas reglas. “La hija de un soldado no llora”, solía repetirle su madre cuando las cosas se ponían difíciles. La figura paterna (“alto, arrogante, olor a cuero, botas brillantes, látigo y caballos”) era idílica, mientras que la de su madre era terrenal. “El respeto que yo sentía por mi madre no se extinguió con su muerte. Ella era un buen general”, contó años después la propia Dietrich.

La energía sexual que despertaba la actriz provocó ríos de tinta desde su irrupción en la pantalla. Fascinado con su misterio, Max Brod, legendario amigo y editor de Kafka, dijo de ella: “Levanta el muslo, muy quieta, de manera casi pasajera, como sin querer, y ese único movimiento equivale a una orgía entera”. Pero Hessel supo ver más allá: “Ella —o aquella a quien encarna— en realidad ni siquiera percibe ni pretende ese efecto”. Para el escritor esta peculiaridad de, digamos, erotismo inocente, se debía a la cualidad infantil de Dietrich, “nada puede tener un efecto más fatal, destructivo y diabólico que la renuncia a todo lo demoníaco, que la reducción, como la que ella simula, de la existencia al orden o al desorden de un cuarto de niños. Tal hechizo sólo podía ejercerlo una mujer que ha podido salvar mucho de su propia infancia”.

El autor alimentó el falso mito de la mujer fuerte por influencia paterna

Una infancia entre escombros pero, sí, feliz. Cuando Hessel publicó su retrato sobre la actriz, ella ya sobrevolaba Berlín para instalarse en Hollywood. Dejaba atrás las tinieblas para conocer la gloria. Ese año sólo volvió a Alemania para recoger a su hija María y llevarla con ella a Estados Unidos. En sus propia autobiografía, Dietrich achaca a su estupidez su buena fortuna y a su falta de ambición su capacidad de supervivencia. “He atravesado los infiernos para emerger de nuevo, resplandeciente”, escribió en sus memorias recordando su salto al nuevo continente. Dietrich siempre reconoció su deuda con el hombre que la ideó y moldeó, Josef von Sternberg (“mi amo absoluto… el hombre que me creó”), al que según ella nunca estuvo suficientemente agradecida. “Yo sólo me dejé adular, como la niña mimada que era”.

La actriz volvió a su ciudad natal en agosto de 1945 convertida ya en mito viviente. Interpretó, con la ternura de una hija pródiga, In the ruins of Berlin. Una aparición sobrenatural que confirmó la leyenda que había nacido en el rodaje de Marruecos, donde había dejado sin habla al equipo (entre ellos Gary Cooper y el propio Von Sternberg) ante el imposible ejercicio de cruzar las falsas dunas del desierto subida en sus tacones.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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