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CRÍTICA | EL ÁRBOL MAGNÉTICO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un susurro para empezar

Isabel Ayguavives apela a las conversaciones intrascendentes para acabar abrazando una cierta complejidad

Manuela Mertelli y Andrés Gertrúdix, en 'El árbol magnético'.
Manuela Mertelli y Andrés Gertrúdix, en 'El árbol magnético'.

En el cine se puede debutar alzando la voz o susurrando. Y aunque la energía juvenil de la primera oportunidad suele producir efervescencias fílmicas que a veces se salen de madre, hay gente que prefiere darse a conocer armándose de sencillez, falta de pretensiones y placidez. Es el caso de la española Isabel Ayguavives, que tras una década de premiados cortos (La valiente, de 2004, quizá el más importante) y de trabajos en televisión, no llega dando un puñetazo sobre la mesa sino con un guiño cómplice: El árbol magnético, escueta película sobre la memoria (apenas hora y cuarto), rodada en Chile, alrededor de una reunión familiar en la que, al contrario que en la mayoría de dramas generacionales que apuestan por las grandes palabras, se apela a las conversaciones intrascendentes para acabar abrazando una cierta complejidad, visualizada por la directora con una naturalidad para rodar y captar secuencias de grupo con una veintena de personas en las que nunca se pierde de vista el núcleo principal.

EL ÁRBOL MAGNÉTICO

Dirección: Isabel Ayguavives.

Intérpretes: Andrés Gertrúdix, Manuela Mertelli, Catalina Saavedra, Edgardo Bruna, Blanca Lewin.

Género: drama. España, 2013.

Duración: 78 minutos.

Cierto que se tarda en cogerle el punto y que, con su reducido metraje, se corre el peligro de que se escape entre las manos, pero, pasado un primer tercio que despista, se va imponiendo. “¿Los viejos tiempos? ¡A los viejos tiempos que les den!”, clama un personaje. O quizá no. Porque hay cuentas pendientes: familiares, afectivas, amorosas. Y aunque la crisis económica sobrevuele las charlas, domina una especie de magia del terruño (no confundir con el realismo mágico, que aquí no lo hay), de relato apegado a la naturaleza en la línea del Nicolas Roeg de Walkabout, que termina conformando una experiencia tan liviana como gratificante.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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