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Libre subordinación

El colombiano Dasso Saldívar recrea el realismo mágico de Gabriel García Márquez y el asombro de la infancia

Al colombiano Dasso Saldívar (Antioquia, 1951) los más de veinte años dedicados a escribir El viaje a la semilla, la biografía de García Márquez, le han impedido, al parecer, atender su propia obra de creación. Hay que creer que haya sido así, pero acaso ha pesado más la hegemonía del creador de Macondo, pues, a la vista de Los soles de Amalfi, Dasso Saldívar se presenta como un rutilante, y algo tardío, epígono del Nobel colombiano, y su valor literario se aminora por la inevitable comparación. Sin embargo, en pocos libros se puede apreciar mayor cuidado en la prosodia, en el ajuste de la frase, en la imposición de los adjetivos, con el inconveniente de resultar artificioso. Aquí todo suena, como en sordina, a García Márquez, pero la placentera tonada no se ve fortalecida por un argumento sólido, o por personajes precisos, —en general prototipos: el delegado, el poeta, el radical, las mujeres del Gobierno…— Que vertebren una historia, o varias, cuyo curso permitiría desatender la mecánica verbal.

La propensión a la floritura y

Dasso Saldívar solventa la falta de soporte narrativo con abundantes descripciones, muy coloristas, que remiten al asombro de la infancia, a través del niño Talo, y a la ternura incondicional de la abuela Anatolia. Aunque más que de ternura, se trata de un modo "mágico" de percibir la realidad, según la abuela, desordenada por la travesura de los duendes. De no ser por su extensión, y cierta complejidad espacial, esta novela sería modélica para encantar a los niños, pues en ella prima lo maravilloso y misterioso. A este registro se añade el conflicto político, pero también como juego conceptual, donde es más relevante la pérdida de un cartel sobre la reforma agraria (¿robado por el viento, por los duendes?) que el encarcelamiento de un disidente.

La propensión a la floritura y el efecto plástico produce frecuentes empachos estilísticos: "No montaba con la flexibilidad de un jinete, sino con la rigidez de un aficionado, lo que le concedía la altivez de una estatua", y en otras ocasiones deriva a la candidez poética: "El problema era que la política se había salido de sus cauces y ahora andaba suelta por las calles". Otro vicio al que Saldívar se somete es la reincidencia en interminables enumeraciones, sobre todo de nombres de pueblo, acaso porque suenan bien, y no le falta razón, pero acaban siendo inocuas, un tamborileo geográfico.

Dasso Saldívar no se equivoca, pero tampoco propone nada que no haya sido ya descifrado

Es probable que Los soles de Amalfi no sea sólo el tributo de un genuino admirador del mundo de García Márquez. Se aprecia también una revalorización, insistencia en ese mundo en tanto que correlato, más o menos aprobado, de la realidad colombiana, como si, a partir del autor de Cien años de soledad, ya no se pudiera, en Colombia, escribir de otra manera. No es la mejor manera de indagar sobre esa realidad si viene ya codificada. La excelencia de García Márquez es un triunfo de la imaginación literaria, pero la adhesión a su estilo es menos una garantía que un manierismo. En la lección del maestro se contempla también la discrepancia, la necesidad de encontrar un estilo propio, el riesgo tal vez a equivocarse. Dasso Saldívar no se equivoca, pero tampoco propone nada que no haya sido ya descifrado.

Los soles de Amalfi. Dasso Saldívar. Navona. Barcelona, 2014. 320 páginas. 16,50 euros

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