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Panorama germánico

'Confluencias' reúne una muestra de la ficción actual en Alemania, con resultado desigual

Si bien las antologías suelen dejar al lector insatisfecho, tienen la virtud de dar a conocer voces y autores que quizá nunca llegaríamos a leer. En Confluencias, Cecilia Dreymüller reúne, con criterio y autoridad, muestras de lo que vendría a ser “la mejor narrativa alemana actual”. Al margen del mérito de los elegidos, el resultado no es demasiado alentador. De entrada, hubiera podido prescindir de los nacidos antes de 1950, entre los cuales hay dos premios Nobel y uno que podría haberlo sido hace tiempo y jamás lo será por motivos extraliterarios, Peter Handke. Pero gracias a este repaso de los consagrados, Dreymüller nos regala una preciosa pieza, ‘Aquí en Alemania’, de Herta Müller, que con modestia rumana nos hace olvidar la cólera grotesca de Jelinek y los colores desvaídos de Genazino y Strauss, resaltando lo que todavía es Alemania. Luego, la cronología nos depara un relato con carne y alma, ‘La travesía del Hudson’. Peter Stephan Jungk escribe sobre las relaciones paterno-filiales con humilde sencillez y “desde” Santa Mónica, donde el exiliado Thomas Mann dijo que su “patria” era el lugar donde él estaba, donde escribía (en buen alemán del norte, por supuesto). ‘Kilmousky’, en cambio, de Sybille Lewitscharoff, nos trae el pesado silencio de las noches alemanas de domingo, cuando todo el mundo mira la serie negra Tatort en la tele, es decir, un Simenon previsible, mecánico.

Puede que el ubicuo Enzensberger tuviese razón al certificar la muerte de la literatura alemana en 1968

Puede que el ubicuo Enzensberger tuviese razón al certificar la muerte de la literatura alemana en 1968, sin herederos legítimos, aparte del propio Hans Magnus. Pero dos Thomas, Bernhard en prosa y Kling en poesía, lo que viene a ser lo mismo, se encargaron de reanimarla con imperiosa autenticidad. Escasas trazas de ambos asoman por aquí. Los escritores venidos del Este a vivir del cuento y la novela (actividad subvencionada en Alemania y protegida en Austria) se esfuerzan en cavar en su filón con desigual suerte. Ilija Trojanow mira hacia Bulgaria desde la altura de su nuevo cosmopolitismo. Sus pimientos y sus ovejas no nos emocionan. Sherko Fatah nos lleva al Kurdistán iraquí con un laconismo que contiene esquirlas de poesía. Melinda Nadj prescinde de sus raíces en Vojvodina para contar los avatares de una niña suiza abusada. Nos encontramos con frases así: “Ya he estado en chirona y mi padre es el presidente de los Estados Unidos, Valérie estaba sentada sobre un cojín en el suelo y Luisa, a su lado”. La húngara Terézia Mora cuenta una boda con brillantez y pasión, sin dejar huella perceptible.

Al final, lo más interesante resulta ser lo que en apariencia se considera convencional. David Wagner recupera con estilo el género flâneur de Benjamin en ‘Zorros en la isla de los pavos reales’. Y el vienés Xaver Bayer no se mueve de casa para recorrer el mundo de sospecha y juicio que atraviesa como una liebre herida la lengua alemana, ese grave “no obstante” (trotzdem) que sigue torturando a los vecinos del otro lado de la pared. En resumen, con las esperanzadoras excepciones apuntadas, “la mejor narrativa alemana” se da aires de importancia, no encuentra el humor y parece rehuir de sí misma.

Confluencias. VV. AA. Edición de Cecilia Dreymüller. Traducción de C. Dreymüller y Richard Gross.. Alpha Decay. Barcelona, 2014. 347 páginas. 21,90 euros

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