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OBITUARIO

Carlo Bergonzi, el tenor verdiano por excelencia

Fue uno de los mayores intérpretes de la ópera italiana a lo largo de una carrera extraordinariamente longeva

Carlo Bergonzi, fotografiado en las ramblas de Barcelona en 2005.
Carlo Bergonzi, fotografiado en las ramblas de Barcelona en 2005.CONSUELO BAUTISTA

El viernes pasado fallecía en Milán, pocos días después de celebrar su 90º cumpleaños, Carlo Bergonzi —nacido en 1924 en Vidalenzo, pedanía de Polisene, en el norte de Italia—, saludado muchas veces como “el intérprete verdiano del siglo”. A lo largo de una carrera excepcionalmente prolongada y brillante, Bergonzi dejó un colección de grabaciones difícilmente igualable por su amplitud y calidad.

Nació a pocos kilómetros de Busetto, la localidad natal de Verdi. Empezó a cantar en el coro de su iglesia e inició sus estudios en el conservatorio de Parma con Edmondo Grandini. Antifascista ardoroso y comprometido, sus estudios tuvieron una abrupta interrupción durante la II Guerra Mundial, durante la que pasó tres años en un campo de internamiento alemán por sus actividades contra los nazis.

Al regresar a Italia, empezó su carrera musical como barítono (incluso Tullio Serafin, el descubridor de Maria Callas, le tenía por tal). Su debut como Fígaro en el Barbero de Sevilla de Rossini parecía prefigurar una sólida carrera como Silvio, Alfio y Rigoletto, papeles que cantó hasta 1950. Pero un año después, en Bari, se reinventó como tenor en el papel protagonista del Andrea Chénier de Umberto Giordano.

Fue en esa nueva tesitura y en ese mismo año cuando arrancó de verdad la memorable trayectoria artística de Bergonzi. En 1951 se celebraba el 50º aniversario de la muerte de Verdi, y como parte de los actos conmemorativos la RAI italiana organizó una serie de interpretaciones de las óperas menos conocidas del compositor (Los dos Foscari, Juana de Arco, Simón Boccanegra) para las que contrató a Bergonzi. A partir de ese momento, Bergonzi se dedicaría en cuerpo en alma al repertorio verdiano. Fue él el primero en grabar las 31 arias para tenor de Verdi, una colección que serviría como modelo de la que, años después, registró Plácido Domingo.

Tras los éxitos de comienzos de los cincuenta, su carrera internacional fue imparable. En 1953 debutó en La Scala de Milán en el Mas'Aniello de Jacopo Napoli; en 1955, hizo su primera aparición en Estados Unidos en el Teatro Lírico de Chicago; un año después, interpretaba el Radamès de Aida en la Metropolitan de Nueva York. Durante los años setenta, Bergonzi fue un nombre recurrente en la cartelera de los principales teatros líricos del mundo. En 1962 pisó por primera vez las tablas del Covent Garden como el Álvaro de La fuerza del destino verdiano, papel que retomaría en su debut (1969) en la Ópera de San Francisco.

Durante esa década, y parte de la siguiente, Bergonzi rivalizó con algunos de los más grandes tenores de la época, como Franco Corelli, Mario del Monaco y Giuseppe di Stefano. Sin la misma potencia vocal que ellos, pero con un fraseo magistral y una extraordinaria sutileza artística, Bergonzi sobrevivió musicalmente a todos y prolongó su carrera durante las dos décadas siguientes, aunque a partir de los años ochenta fue abandonando las grandes salas y concentrándose progresivamente en los recitales.

Aunque entre los años 1994 y 1995 realizó una gira en la que fue despidiéndose de los grandes escenarios mundiales, en mayo del año 2000, apenas dos meses antes de cumplir los 76, Bergonzi volvió al Carnegie Hall de Nueva York. En aquella ocasión abordó uno de los papeles operísticos más exigentes, el del protagonista del Otelo de Verdi, que Bergonzi no había interpretado nunca. Un acontecimiento de excepción que despertó un interés condigno: entre otras luminarias del canto, en la platea estaban presentes Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti. Por desgracia, la interpretación del tenor italiano fue un desastre sin paliativos y tuvo que ser sustituido a mitad de la obra. Una despedida tanto más dolorosa si se tiene en cuenta que las grabaciones de las sesiones de ensayo muestran al cantante a la altura de su leyenda, con una voz aún sorprendentemente fresca y vigorosa.

El repertorio de grabaciones de Bergonzi es impresionante. Por destacar solo unas pocas, mencionemos Los dos Foscari (1951), con Carlo Maria Giulini; Aida (1959) y Cavalleria rusticana (1965), bajo la batuta de Herbert von Karajan; Madame Butterfly y La bohême, ambas en 1958, con Tullio Serafin; Baile de máscaras (1961) y Don Carlos (1965), con Georg Solti en el estrado; Rigoletto (1963), con Rafael Kubelik; o sus numerosas grabaciones con Lamberto Gardelli (La Gioconda, La fuerza del destino, Atila...), con quien colaboró durante dos décadas.

Las parejas artísticas de Bergonzi forman el elenco casi completo de las mejores voces del siglo pasado: Renata Tebaldi (que fue su compañera de estudios), María Callas, Montserrat Caballé, Joan Sutherland, etcétera.

 

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