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Columna
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El Político

House of cards, de la que todas las opiniones que había escuchado coincidían en su excepcionalidad, me fascina moderadamente

Carlos Boyero
Kevin Spacey en House of Cards.
Kevin Spacey en House of Cards.

Con el exasperante retraso que caracteriza al dadaísta mercado del DVD y el Blue-ray accedo finalmente a la primera temporada de la serie House of cards año y medio después de su pase en una televisión española. Imagino que el propósito de este mercado no es vender sus productos a los muy escasos compradores que nos negamos por razones de impericia, desidia o respeto hacia los creadores a esa actividad tan popular en este país del pirateo en Internet, sino desanimarnos definitivamente a los muy hastiados compradores de practicar esa cosa tan vana y grotesca de pagar por coleccionar en tu casa películas y series. O, en vista de la calidad de las copias que al parecer ya puede lograr el pirateo, animarnos a encontrar a un camello profesional que ofrezca una elevada pureza en la droga que te vende y al que puedas comprar esas series que enganchan tanto el mismo día de su estreno en televisión. También estoy convencido de que nos saldrían notablemente más baratas que al adquirirlas en las tiendas. Gracias a ello, aunque en ese caso me la piratearon gratis, pude ver antes de hacerme definitivamente viejo la primera y admirable temporada de True detective.

House of cards, de la que todas las opiniones que había escuchado coincidían en su excepcionalidad, me fascina moderadamente. Está basada en una miniserie inglesa de la BBC que se desarrolla durante el thatcherismo y que, según opiniones fiables, supera a su lujoso remake. Pero lo que veo y escucho tiene notable y pérfido interes. Además, posee el valor terapéutico de vacunar a todos sus espectadores contra la tentación de votar a alguien.

Parece directamente escrita para que la interprete un maestro del retorcimiento, el cinismo y el lado oscuro como el formidable Kevin Spacey. Él otorga dimensión shakespeariana a ese maquiavélico profesional de la infamia dedicado a la política, a ese maniobrero y todopoderoso asesor del presidente de Estados Unidos. Da miedo la inteligencia de este hombre que conoce el precio de todos y de todo. Pero no me imagino a este temible manipulador en la política española. Los malos nos joden igualmente en todos los sitios, pero los de aquí son muy cutres, no dan para una serie digna.

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