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LIBROS

Valle-Inclán en la Gran Guerra

En su visita al frente francés en 1916 como enviado especial, el autor se topa con una contienda histórica que será clave en sus posteriores escritos

Darío Villanueva
Movilización en la estación de París Este, cinco días después del estallido de la I Guerra Mundial.
Movilización en la estación de París Este, cinco días después del estallido de la I Guerra Mundial.Roger Violet / Getty Images

La guerra europea,iniciada ahora hace cien años, generó una plétora de obras narrativas, muchas de ellas también llevadas al cine. En ellas, europeos como Remarque, Ernst Jünger, Gabriel Chevalier o Ludwig Renn, o norteamericanos como Hemingway o John Dos Passos ofrecieron una visión de primera mano, generalmente pacifista, de aquella contienda terrible.

En cuanto a España, Los que no fuimos a la guerra (Apuntes para la historia de un pueblo español durante la guerra europea), obra tardía (1930) de Wenceslao Fernández Flórez, refleja su incidencia en un país neutral. Nuestra literatura aportó, de todos modos, uno de los grandes best sellers del momento, Los cuatro jinetes del Apocalipsis de Blasco Ibáñez. En el plano periodístico no faltaron tampoco crónicas como las de Azorín, Sofía Casanova o Gaziel. Pero apenas si se recuerda nuestra contribución más trascendente, cuyo origen está en un encargo periodístico que daría, sin embargo, lugar a una innovadora narración.

En abril de 1916 Ramón del Valle-Inclán visita los frentes franceses como enviado de Prensa Latina y El Imparcial. En ‘Los Lunes’ de este periódico aparecerá el resultado de su viaje en dos partes de nueve y cuatro entregas. El libro consiguiente recogerá en 1917 solo la primera con el título de La media noche. Visión estelar de un momento de guerra.

Firmante junto con la flor y nata de la intelectualidad española (sin Baroja ni Benavente) de una declaración proaliados al estallar el conflicto, Valle-Inclán se enfrenta a sus correligionarios carlistas, que eran germanófilos. Había conocido de oídas otra contienda muy distinta, la segunda guerra carlista, reiniciada por Carlos VII en 1872 y mantenida hasta 1876, fecha en la que el Valle-Inclán niño cumplía los 10 años. En Estella, la corte del nuevo pretendiente legitimista, situará las últimas aventuras amorosas de un provecto Bradomín narradas en Sonata de invierno, antesala de su trilogía dedicada a la carlistada.

"Yo he volado sobre las trincheras alemanas, y jamás he senido una impresión que iguale a esta en fuerza y belleza"

Guerra parcial, doméstica, de partidas, párrocos guerrilleros, magra artillería y escapularios de detente bala. El escritor, sin haberla vivido, la relata dotándola de un aura romántica y galante, animado por la convicción de que resultaba “más bella la majestad caída que sentada en el trono”, en palabras del marqués feo, católico y sentimental, “defensor de la tradición por estética”.

Valle-Inclán aborda en 1916 el relato de una guerra grande, la primera que empieza a ser moderna. Tiene en esta oportunidad experiencia directa de ella, de su enormidad, de sus miserias y de los impresionantes recursos de destrucción en juego. Su grandeza reta la ambición del poeta, que quisiera estar a la altura del asunto, reflejar la totalidad de tal acontecimiento histórico. Y para ello no cabe seguir la batalla de rodillas, ni tan siquiera de pie, sino desde lo alto. Gozar de la visión estelar de que disfrutaban los dioses míticos pero también, por caso, los heroicos pilotos franceses, ebrios de vértigo del aire como “los héroes de la tragedia antigua del vértigo erótico”. Solo así se podría reflejar tan vasto acontecimiento colectivo, signo de una historia nueva.

La media noche es la frustración del proyecto literario esbozado por el escritor en un inédito ‘Cuaderno de Francia’ que contiene sus primeras impresiones del frente. En una ‘Breve noticia’ preliminar así lo admite, pero nos dejó las consideraciones artísticas que tuvo que plantearse entonces. El eje de la obra está en el punto de vista narrativo, en la superación de las barreras espacio-temporales. El autor quisiera estar dotado del don de la ubicuidad, “ser a la vez en diversos lugares”, como Cagliostro. La visión colectiva de la guerra podría ser realizada a su final si el escritor consiguiese unificar los testimonios de los protagonistas individuales, pero Valle-Inclán prefiere que el poeta, mágicamente, llegue a parecido fin por distinto camino, elevándose de la tierra y contemplando la batalla con una visión estelar.

Ya apuntó Buero Vallejo que don Ramón fue escritor de grandes atisbos teóricos, pero no fue un gran teórico. A la hora de explicarse aquí se pierde en consideraciones fantasiosas y taumatúrgicas, aduciendo, incluso, que “mi droga índica en esta ocasión me negó su efluvio maravilloso”. Y en realidad todo fue mucho más simple.

Valle-Inclán, al que los poilus confundieron en una ocasión, por su manquedad y atuendo, con el popular general Goureaud en su visita a un aeródromo, convivió durante dos días con los aviadores franceses. Al término, según las palabras del también corresponsal Corpus Barga “no pudo negar que había volado sobre el campo de batalla”. Esta experiencia aeronáutica tuvo capital importancia como catalizadora para la construcción de la obra, pues Valle-Inclán le confesaría poco antes de partir para Madrid que “el vuelo de noche ha sido una revelación… Será el punto de vista de mi novela, la visión estelar”. Lo confirma en carta de junio de 1916 a un amigo: “Yo he volado sobre las trincheras alemanas, y jamás he sentido una impresión que iguale a esta en fuerza y belleza”.

La visión estelar comporta el protagonismo múltiple, la multiplicidad de focos espaciales y el fragmentarismo narrativo, así como la reducción o “angostura del tiempo” y la simultaneidad. Todo ello determina la modernidad de La media noche y de obras posteriores como Tirano Banderas y El ruedo ibérico, que sitúan a Valle-Inclán entre los innovadores de la novela contemporánea y lo adscriben al modernismo literario internacional.

A lo que no renuncia es a introducir en la narración sus comentarios. Incluso existen trancos donde, por caso, se teoriza sobre la sublimidad de la guerra, que no sirven a lo narrativo, sino exclusivamente a lo digresivo, al comentario, útil para reiterar la germanofobia del autor. El significado de la obra está ya orientado desde el inicio por toda una declaración de principios; luego no faltarán nuevas arremetidas contra unos (los alemanes), ni el enaltecimiento de los otros (sobre todo los franceses).

La media noche se construye, así, a base de una toma de partido, de la selección de determinados episodios concretos de la batalla y de un estilo modernista, suntuoso y eficaz, ajeno a la urgencia de la crónica. Y siempre, como marca del mejor Valle-Inclán por llegar, el aviso de un poderoso expresionismo que cuajará en el esperpento.

En suma: un proyecto en cierto modo fallido, pero de notorio impulso innovador y pionero. Acaso uno de los errores más apreciables en que se ha incurrido con Valle-Inclán haya sido el de circunscribirlo al ámbito de nuestra lengua, como partícipe peninsular del modernismo hispanoamericano o “hijo pródigo” del 98 según lo denominó Pedro Salinas, cuando el creador de los esperpentos es una de las figuras más descollantes, en toda Europa, de aquel apasionante proceso literario que representó la renovación de la novela y el teatro.

Así, Máximo Gorki concebirá su novela Jornada del mundo como una suma de sucesos ocurridos el 25 de septiembre de 1935. Más tarde Dziga Vertov, volviendo sobre la misma idea, distribuye por toda Rusia, el 24 de agosto de 1940, a sus operadores para montar luego su película Un día del mundo nuevo. El 13 de junio de 1942 se repetirá la operación, y el resultado llevará el título de Veinticuatro horas de guerra en la URSS. Y resulta obligado añadir, asimismo, la película The Longest Day de Darryl F. Zanuck que, tomando como base la novela del mismo título escrita por Cornelius Ryan, narra fílmicamente la jornada —“el día más largo”— del desembarco aliado en Normandía que selló el comienzo del fin de la otra gran guerra mundial del pasado siglo.

El escritor gallego buscaba una perspectiva de creación absoluta porque esta condensación del tiempo tiene un gran rendimiento simbólico, al perseguir la expresión de la totalidad a través de una de sus partes. Asimismo, en 1922 el autor de Ulysses, reduciendo el tiempo de la historia contada a un día de junio de 1904, buscó trascender de su limitación cotidiana, como lo quiso a su vez Valle-Inclán en La media noche, esbozo de un libro inconcluso que se hubiese titulado Un día de guerra. En el poema de Jorge Luis Borges dedicado a James Joyce leemos: “En un día del hombre están los días / del tiempo… / Entre el alba y la noche está la historia / universal…”.

Darío Villanueva es secretario de la Real Academia Española.

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