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Una estrella salida del metro

Tras tocar y vivir por la calle en París, Benjamin Clementine seduce Montreux y Cartagena

Aurora Intxausti
El músico londinense Benjamin Clementine, en Cartagena (Murcia).
El músico londinense Benjamin Clementine, en Cartagena (Murcia).Pablo Sánchez del Valle

Extiende un suave velo sobre lo sucedido en su vida antes de los 18 años. Benjamin Clementine (Londres, 1988), británico de padre ghanés, se marchó de casa con la mayoría de edad para buscarse la vida. Un año después se trasladó a París, en sus calles y en el metro cantó y tocó la guitarra para subsistir.

En esos días y años su potente voz emitía canciones de otros autores, canciones conocidas de sus referentes musicales. “No podía componer, triunfaba entre mi público callejero y lograba dinero con la música de otros. Tenía que comer todos los días y la calle te ofrece experiencia, pero no puedes hacer demasiadas florituras”, explica después de un concierto casi místico en la antigua catedral de Cartagena junto al anfiteatro romano, en el marco de La Mar de Músicas. “Ante las columnas y la piedra, rodeado de historia, uno siente que esta en otro universo, la creatividad te sale por los poros. Tienes la sensación de que has llegado adonde querías”, indica un tímido Clementine mientras frunce repetidamente sus labios hacia dentro.

Este joven pianista y cantante autodidacta de 24 años logró editar su primer EP, Cornestone, en 2013 con tres pistas de estudio. “Las cosas no son tan de color de rosa como parece, llegar a este punto supone que detrás hay trabajo, soledad, miedo y una vida nada cómoda. Nadie me descubrió y me ofreció un supercontrato”. Sobre los escenarios en los que actúa predomina la sencillez al igual que en su indumentaria, un traje oscuro y sin calzado. Con sus pies desnudos sobre la tarima dice que siente mejor las notas cuando interpreta al piano. Así se presentó en el festival de Montreux hace unos días —el público pagó hasta 180 euros por ver su actuación, una cantidad que no lograba reunir ni en una semana en el metro de París donde actuaba— y así también lo hizo en La Mar de Músicas. “El haber sido un sin techo [tenía su base en Montmatre] te enseña a descubrir y valorar la sencillez de las cosas. Mis canciones hablan de los sentimientos, de la soledad y del malestar interno”.

Su voz pausada, los movimientos constantes de sus largas y finas manos y sus profundos ojos hacen sospechar que le guste más ese mundo interior en el que se envuelve con la música que las relaciones sociales. “El mundo en el que vivimos no da para demasiadas alegrías. Por ello en mis temas hay cierta tristeza como forma de expresión. En el mundo cada uno de nosotros está solo y tiene que sortear la vida como puede. Si es con música, mejor”. Los críticos de Francia y Reino Unido le han tachado de soulman, algo que rechaza de forma radical. “Si tuviera el pelo rubio, nadie me consideraría un soulman”. Y precisamente no es ese el color de su cabello, un negro encrespado con un corte que alarga aun más su escultural cráneo.

Clementine, que ha conocido bien el lado de los más desfavorecidos, se confiesa, a pesar de todo, un hombre optimista: “Me rebelo con la música que compongo. Mi lucha y mi espacio vital están ahí”, sentencia este hombre que tiene ya cerradas sus próximas actuaciones en Alemania, Inglaterra y Noruega.

Me rebelo con la música que creo. Mi lucha y mi espacio vital están ahí”
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Sobre la firma

Aurora Intxausti
Coordina la sección de Cultura de Madrid y escribe en EL PAÍS desde 1985. Cree que es difícil encontrar una ciudad más bonita que San Sebastián.

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