_
_
_
_
_
OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pactos

Es difícil comprender las razones de que delincuentes probados, que han encarnado el poder o han habitado sus cercanías, sean bendecidos con notables reducciones en su castigo

Carlos Boyero

Resulta arduo para un profano enterarse del verdadero significado de algunas sentencias entre escandalosas y cómicas. Por ejemplo, es difícil comprender las razones de que delincuentes probados, que han encarnado el poder o han habitado sus cercanías antes de que la justicia les trincase, sean bendecidos con notables reducciones en su castigo, e incluso librándose de una cárcel que parecía segura al constatar la importancia de sus delitos, porque han mostrado su disposición a colaborar con la justicia, han reconocido su culpa, están dispuestos a devolver una parte del botín que afanaron. Imagino que colaboración con sus captores implica chivarse de los colegas , aceptar que es cierto aquello de lo que han sido acusados con pruebas transparentes, admitir algo tan complicado como que dos y dos son cuatro. A cambio de ello es probable que no tengan que compartir trullo con la chusma o su estancia en él será breve, lo justo para calmar a esa cosita tan histérica de la alarma social.

Esos pactos con el gangsterismo de altura le resultarán asquerosos a cualquier persona decente, pero un amigo mío, experto en tribunales y más pragmático que cínico, me asegura que se trata de hacer de la necesidad virtud, que llegar a acuerdos con los manguis poderosos le ahorra mucho tiempo, preocupaciones y dinero al Estado. No me convence. Me sigue pareciendo repugnante que las condenas disminuyan en función de la grandeza del delito.

Coherentemente, a Berlusconi le habrá dado un ataque de risa al ser declarado inocente de inducción a la prostitución de una menor y que le permitan volver a ejercer la política. Aseguran los jueces que el maestro de la corrupción ignoraba que la tal Ruby no tenía la edad legal para vender su cuerpo. Bueno, sería gracioso que al perpetrador de tanta infamia excesiva le hubieran metido en la cárcel por frecuentar las camas que no debe. No le ha ocurrido nada grave por sus caprichos sexuales y se supone que también saldrá impune de devastaciones múltiples y trascendentes en las que se especializó. Si se ponen muy pesados sus jueces le bastará con negociar un poco, colaborará con ellos. Además, los ancianitos no van a la cárcel. El sistema es tan humanista como piadoso. Pero solo con los suyos, con sus antiguos pilares.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_