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Felices y sin prejuicios

La música de Dr. John traslada al Festival de Jazz de Vitoria la atmósfera de Nueva Orleans

Trombone Shorty, en el Festival de Jazz de Vitoria.
Trombone Shorty, en el Festival de Jazz de Vitoria.L. Rico

Daba las gracias Miguel Poveda el miércoles por poder cantar en un festival de jazz “sin prejuicios”. Así somos los aficionados al jazz, alegres, dicharacheros y sin prejuicios, dispuestos siempre a disfrutar con lo que nos echen. Otra cosa es el personal que viene al jazz de un año para otro y termina haciéndose un lío. “Yo no sabía que Miguel Poveda es jazz”, le decía una enjoyada dama de alta cuna a su compañera de farras. “Ni yo tampoco, señora”, le soltaba su vecino de localidad, sin quererlo. Oír jazz en un festival de jazz viene constituyendo una quimera que, en Vitoria, se reserva a las sesiones de media tarde en el Principal.

Porque, por mucho que nos duela, Dr. John, la estrella del jueves, tampoco es un músico de jazz y, como prueba, las veces que lo ha intentado ha tenido resultados que mejor olvidar. Pero es divertido, y no canta Uno queriendo ser dos cogidito de la mano de Noa, tal cual hizo Poveda el miércoles. Tampoco podría.

Dr. John, en Vitoria.
Dr. John, en Vitoria.l. rico

El Dr. John que salió la noche del jueves al escenario de Mendizorrotza de morado bellflower, trenza y sombrero emplumado, a duras penas puede sostenerse en pie, sino es con ayuda de sus dos bastones. Y, efectivamente, no es un músico de jazz, pero toca algo que se le parece mucho, como todo lo que tiene que ver con la ciudad donde, según algunos, nació el jazz, y hasta puede que sea cierto. Bienvenidos a Nueva Orleans, “donde todo empezó”.

El respetable siguió su recital desde la distancia que impone el lastre de nuestro sistema educativo en cuanto a la enseñanza de idiomas se refiere. Lo que muchos no sabían u olvidaron es que Mac Rebennack-Dr. John es lo que los norteamericanos llaman un storyteller; antes que un instrumentista, un narrador. A ver quién le explica a quien no se maneja en el idioma de Mark Twain la pesadumbre metafísica que atormenta a quien le acaba de robar la novia a su mejor amigo (Such a nite).

La música de Dr. John se sumerge en las ciénagas ponzoñosas de la noche en Nueva Orleans, donde nada es cierto, menos la muerte, y un When you're smiling puede derivar en un mambo-chachachá y terminar en un blues de cantina maloliente, mujer fatal y alcohol barato. Cuando quiere, le sale el Jelly Roll Morton que lleva dentro, y termina consiguiendo que el piano suene adecuadamente desafinado, según los santos mandamientos del Professor Longhair, su maestro a todos los efectos.

En un gesto que le honra, dedicó el concierto a su paisano Louis Armstrong, protagonista también de su último disco. No todos, pero sí muchos de los temas que interpretó, estaban relacionados con el susodicho. Rodeando al viejo profesor, su banda de costumbre y una sección de vientos integrada por cinco valientes de la escuela de música Musikene reclutados para la ocasión, más el trombonista, trompetista y cantante Trombone Shorty, que le había precedido sobre el escenario con éxito resonante. Se entiende. La música del joven es transparente y directa como un derechazo en el estómago; una descarga de funk y R&B apta para todos los públicos. No se precisa hablar inglés. También él rindió su homenaje a Armstrong con un On the sunny side of the street un tanto peculiar. Más o menos, el swing de un escuadrón del ejército austrohúngaro desfilando al paso de la oca. Pero esta es otra historia… o no.

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