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El viaje necesario

Martín Caparrós retrata la situación de 14 provincias del norte de Argentina

Escena callejera en Jujuy (Argentina).
Escena callejera en Jujuy (Argentina).Robert Harding (Getty)

El interior es un libro tan excesivo, se habla de tantos pueblos y ciudades, se cuentan en él tantas historias, asoman en fuga o con un nítido perfil tantos personajes, que el lector, desbordado por su desmesura, apenas puede retener la soberbia información que acumula en sus páginas. "Rara vez", ha declarado Martín Caparrós, "me detengo a pensar sobre qué no contar cuando escribo". No cabe oponerse a un rasgo del carácter; pero la indiscriminación literaria favorece la arbitrariedad, y ésta desorienta al lector. No es esto lo que sucede exactamente en este libro —magnífico, hay que decirlo cuanto antes—, aunque su prolijidad acaba siendo arrolladora. Sin embargo, en el propósito de Martín Caparrós de retratar, a pie de obra, la situación actual de 14 provincias del norte de Argentina (habrá un segundo libro dedicado al sur), en un recorrido de más de 30.000 kilómetros, no podían caber imágenes que refuercen los prototipos, sino la variedad de un panorama cruzado por innumerables puntos de vista. Esta portentosa capacidad para registrar lo primordial y lo anodino, lo exclusivo y lo desusado, lo fundamental y lo caprichoso, convierten el libro en un hervidero de impresiones, gracias a la porosidad del autor: "Yo no investigo, no hurgo, no busco nada oculto: con lo visible alcanza". Una actitud, a la vista está, de concreción, de veracidad, tal vez de estricto realismo; de avezado periodista más que de escritor. Caparrós excluye toda idea global para, al azar de los encuentros, verificar qué constituye verdaderamente Argentina. Y para ello va tejiendo un entramado de historias, espacios y personas, recelando de los tópicos y de las diferencias regionales, en una incesante búsqueda cuyo objeto se complica por acumulación: "Pienso que no hay nada diferente de un país que ese país visto de cerca, y desespero de alguna vez entender algo".

El autor se echa al camino en un Renault 21, al que llama Erre,

Esa desesperación es la provisión que ha llevado a Caparrós a sumergirse en la geografía de su país para comprobar frontalmente su realidad. Para los no argentinos es indudable que se pierden muchas referencias, pero aquí lo ajeno se expande para resultar cercano, al no estar falseado por la retórica oficial o la prosa turística. Pues no se trata de concebir Argentina como una abstracción, ni recoger su esencia (si esta palabra, aplicada a un país, significa algo), sino de percibir su intrincado fraccionamiento que no admite la unidad, que no se puede recomponer, pues continuamente se disgrega.

Caparrós se echa al camino en un Renault 21, al que llama Erre, y con cuadernos y grabadora rastrea lo que le va deparando el viaje. No viaja, como el turista, para exaltarse, sino para entender, y esa tensión narrativa se refleja en sus páginas: "Todo el tiempo tengo la sensación de que estoy a punto de entender algo y después, antes, durante, la sospecha de que ese punto nunca va a llegar". Prefiere no hacer valer su condición de viajero, y pese a alguna chocante alusión narcisista, inevitable en quien viaja solo, no entorpece la narración con los percances del viajero. Caparrós es pura recepción, pero menos del paisaje, descrito con nerviosas pinceladas, que de las ásperas biografías de la gente con la que se detiene a hablar, con quien comparte las ansiedades y frustraciones que conforman el auténtico mapa del interior de Argentina.

Yo no investigo, no hurgo, no busco nada oculto: con lo visible alcanza Martín Caparrós

Un mapa de tribulación social, un espacio que, a pesar de la alborotada época de información en que vivimos, permanecía oculto, desconocido, y que Caparrós ha decidido conocer confrontándolo con ojos, oídos y la terquedad de entender lo incomprensible. Sospecho que Caparrós escribe libros voluminosos contra la hegemonía de lo virtual. Su exhaustividad verbal, la atención a la permanencia de lo fugaz, que lo lleva aquí al ejercicio del haiku, a la urgencia de no poner comas, o directamente al murmuro rítmico del poema, parece una réplica contra la preponderancia de la imagen, de la fotografía, y una suerte de revalorización de la palabra como el único medio de hostigamiento de lo real. En algún momento confiesa el origen remoto del libro al recordar la Argentina "radicalmente otra" que halló en los relatos de Héctor Tizón, donde lo regional derivaba hacia lo onírico. Caparrós, por el contrario, declara no utilizar nunca la palabra "alucinante". No la necesita, aunque cabría aplicarla a este libro, tan desbordante que no se atina con sus límites. De ahí que haya evitado menciones concretas sobre tantas crónicas estupendas que abarcan desde el ambiente patibulario de un burdel, regentado por un escéptico nietzscheano, hasta la organización administrativa aún tributaria del caudillaje del siglo XIX, o la historia de la vaca encadenada a la cama, para que nadie la robe, que amanece un día sólo cabeza y huesos, "pero la carne se la habían llevado". Pero hay que concluir, y nada mejor que una interrogación que disipa la tendencia a la identificación: "El efecto patria es un estallido que puede producir el fútbol, una guerra u otras conmociones. Fuera de ese momento de reconocimiento, ¿se puede postular que existen rasgos que nos hacen argentinos?".

El interior. Martín Caparrós. Malpaso. Barcelona, 2014. 688 páginas. 25 euros. (Electrónico: 9,49 euros)

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