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FERÍA DE SAN FERMÍN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una ‘faena’ de los ‘adolfos’

Antonio Lorca
Diego Urdiales, en su segundo toro.
Diego Urdiales, en su segundo toro.Luis Azanza

Si se cumple la tradición, los toros de Adolfo Martín no volverán a correr por las calles de Pamplona en unos años; aquí, el que fracasa, no vuelve. Y lo de este domingo, en dos palabras, fue un petardo de los gordos. Será muy difícil que el ganadero lidie otra corrida tan mansa, descastada y deslucida como la que salió en esta plaza. Fue una verdadera faena para el propio criador de los toros, un hombre que pasaría, sin duda, un verdadero quinario al comprobar cómo cada uno de sus pupilos empeoraba el comportamiento del anterior, y, al final, ninguno de los seis ofreció el más mínimo resquicio a la esperanza. Un rotundo fracaso el que cosechó, sin paliativos de ningún tipo, sin atenuantes posibles… Una pena.

Una faena para la terna de toreros, tan necesitados de un triunfo; y hasta para las propias peñas del sol, a las que el aburrimiento y la desolación hicieron mella en su ánimo festivo. En fin, que hacía once años que los adolfos no corrían el encierro, y se han ganado a pulso seguir corriendo en su dehesa.

Martín / Urdiales, Escribano, Aguilar

Toros de Adolfo Martín, muy bien presentados, mansos, muy descastados y deslucidos.
Diego Urdiales: cuatro pinchazos y un descabello (silencio); —aviso— pinchazo, estocada tendida y un descabello (silencio).
Manuel Escribano: tres pinchazos y estocada (silencio); dos pinchazos, estocada baja y un descabello (silencio).
Alberto Aguilar: metisaca, media y dos descabellos (silencio); estocada trasera y baja (silencio).
Plaza de toros de Pamplona. 13 de julio. Séptima corrida de feria. Lleno.

Los seis lucieron una conducta similar; los seis, eso sí, de impecable presentación, guapos de verdad, pero su impresionante fachada no era más que un falso decorado. Ninguno acudió largo a los capotes, ni mostró fijeza en los primeros compases de la lidia; todos, curiosamente, cumplieron, con más genio que bravura, en los caballos, de modo que empujaron de manera desigual en el primer encuentro, y cabecearon y salieron sueltos en el otro. Ninguno galopó en el tercio de banderillas, si bien el quinto permitió que Escribano clavara tres pares meritorios; y los seis siguieron en la muleta el patrón del toro sin una gota de casta, sin recorrido, sin codicia, sin ánimo para embestir, muy reservones todos, parados y muy atentos al más mínimo error del torero para prenderlo si hubiera ocasión. No hubo faena y si acaso algún muletazo robado, pero sin posible continuidad con esas masas informes de carne, sin celo ni sangre brava en sus venas. Incluso dificultaron el momento supremo de la muerte, sin fijeza alguna, con la cara por las nubes, con la atención puesta en los tendidos antes que en los toreros. En fin, una garbanzada muy negra que será difícil olvidar.

Y lo será porque esta corrida tenía un alto significado para los tres toreros anunciados. Diego Urdiales, Manuel Escribano y Alberto Aguilar son tres jabatos que se ganan a pulso cada una de sus corridas, y llegaron a Pamplona con la convicción de arrancar un triunfo que adecentara el difícil camino hacia la cumbre. Loable intención, pero objetivo imposible. Porque no se trataba de valor, ni de técnica, ni de ilusión; era un combate nulo desde sus inicios porque uno de los contendientes no tenía intención alguna de presentar pelea.

Nada pudo hacer Urdiales; bueno, quizá debió lidiar con más entrega al primero, que le robó la muleta en dos ocasiones, y lo miraba fijamente, como esperando que el torero cometiera un error para engancharlo. Una vez en toda su lidia humilló el cuarto y, claro, no hubo lugar para la esperanza.

A Escribano le aguantó el ánimo hasta el final, lo que es muy meritorio. Recibió a su lote a porta gayola con sendas largas cambiadas, banderilleó a los dos con holgura, y los tres pares al quinto —especialmente, el último, al quiebro pegado a las tablas— fue lo único emocionante de toda la tarde. Inédito estuvo con la muleta, porque ni su honestidad ni su firmeza podían hacer frente a la vaciedad de sus oponentes.

Y Alberto Aguilar corrió la misma suerte. Mira que se le ve suelto —aún renqueante de una cogida en plazas americanas—, con los engaños, y es conocedor de la técnica y los terrenos, pero su decisión no encontró recompensa. En fin, un serio disgusto para todos.

La corrida de hoy

Miura para los diestros Javier Castaño, Luis Bolivar y Esaú Fernández.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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