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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un legado sustancial

El homenaje a Pepe Marchena de la cantaora fue hermoso por la naturalidad cristalina de su voz

Cuentan que Rocío Márquez anduvo nerviosa todo el día de su anhelado debut toledano, con la responsabilidad oprimiéndole el estómago porque nunca antes se había visto arropada por la guitarra sabia y legendaria de Habichuela. Y puede que el desasosiego, ese mariposeo inquieto de las jornadas trascendentales, se trasluciera en los primeros compases de la malagueña inaugural, que abordó algo contraída y escasa de fuelle. Fue una opresión que no tardó en sacudirse ni cinco minutos, en cuanto remató los abandolaos con un melisma prolongado y dificilísimo, gustándose en un requiebro eterno que muy pocos talentos (y pulmones) podrían emular. “Bien, Rocío, bien”, murmuró el de los Carmona, mirando a la onubense con un gesto complacido y admirado, sabedor de que ese legado sustancial que él representa está encontrando manos jóvenes, entusiastas e instruidas en las que prolongarse. Manos como las de Rocío, que ella elevaba al aire cálido y expectante de Toledo.

Habichuela y Márquez podrían ser padre e hija, incluso abuelo y nieta, pero el contraste generacional se convirtió en complicidad desde los primeros intercambios de miradas. Pepe arropa con sutileza generosa, consciente de que el foco ha de centrarse siempre en la cantaora, y ella supo responder con algunos momentos muy inspirados. Su homenaje por milongas a Pepe Marchena fue hermoso por la naturalidad cristalina de su voz, que convierte en sencillos algunos pasajes bien complejos. Pero aún más bello fue ese Romance de Córdoba en el que alternaba la palabra recitada y la melodía con transiciones casi invisibles, como si la voz y el cante fueran una misma cosa entre sus labios.

Llegaron tangos, cantes de Levante, esas cantiñas que siempre levantan el ánimo o unas seguiriyas desatadas en un remate memorable. Pero nada puede compararse al desgarro final de ese fandango a pie de escenario, sin amplificación, con el que Rocío trascendía el regusto amargo de la pena. Habichuela, sorprendido por un instante, también apartó el micrófono de su guitarra y se deleitó como uno más. Pensando, tal vez, en el legado sustancial y sus muy cualificados depositarios.

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