_
_
_
_
_

Encierro limpio y sin heridos de los toros de Adolfo Martín

Los astados, de los que huyen las figuras por su fiereza, corren en Pamplona como corderitos

Un toro arrolla a un mozo en Santo Domingo.Foto: sanfermin | Vídeo: V. WEST
Antonio Lorca

Los toros de Adolfo Martín, de procedencia Albaserrada, tienen fama de serios, duros y fieros en la plaza; tanto es así que las llamadas figuras no quieren ni oír hablar de ellos. Sin embargo, curiosidades de la vida, llegan a Pamplona, se meten entre el gentío del fin de semana y corren los casi 850 metros del encierro como mansos corderitos, temerosos de que les puedan hacer daño los extraños personajes que abundan a su alrededor.

Lo cierto, y por fortuna, es que la vuelta de los adolfos tras 11 años de ausencia (vinieron por última vez el 11 de julio de 2003) ha tenido un balance muy satisfactorio, pues no ha habido heridos por asta de toro en este séptimo encierro, y solo cuatro mozos han sufrido lesiones por traumatismos -tres por contusiones craneales-. Sorprendente, sin duda, e increíble, pero así es, que los astifinos pitones de estos toros no hayan acertado en algunos de los muchos corredores que les impedían el paso, especialmente por el segundo tramo de la calle Estafeta, donde parece que florecen los mozos, tranquilizados, quizá, por la cercanía del callejón de entrada a la plaza.

Más información
Crónica del día 7: Dos heridos graves en el encierro de Torrestrella
Día 8: Un herido grave en el encierro de Dolores Aguirre
Día 9: Peligrosa carrera de los Victoriano del Río
Día 10: Los astados de Garcigrande se estrenan con seis heridos
Día 11: Precioso encierro de los Jandilla sin corneados
Día 12: Encierro limpio y noble de los Fuente Ymbro

Dos minutos y 54 segundos duró la carrera, pero cuando el último toro llegó al ruedo ya sesteaban los dos primeros, que habían dedicado su tiempo a darse un paseo entre los curiosos e, incluso, hubo entre ellos un conato de enfrentamiento que no llegó a mayores. La verdad es que no era el momento ni el lugar de dirimir discusiones de dehesa.

Sea como fuere, lo cierto es que se celebró otro encierro mecanizado: un hervidero de mozos, toros de enorme presencia, ausencia de caídas de los animales por el efecto milagroso del antideslizante, escasos atropellos, rapidez de movimientos y la emoción en declive. Quizá, sea este otro efecto de la modernidad. El encierro puro y duro se parece cada vez menos a las carreras de este año.

Por cierto, como hacía tanto tiempo que no pisaban las calles navarras, los toros de Adolfo prefirieron que los mansos mostraran el camino a la salida de los corrales. Un cabestro enfiló con gallardía la cuesta de Santo Domingo, escoltado a corta distancia por dos toros cárdenos que limpiaban las aceras con su mirada. Su bondad innata o su miedo, vaya usted a saber, fue la causa de que no arremetieran contra los intrusos de blanco y rojo. Ya en la curva de Mercaderes, uno de los toros toma la cabeza y toda la manada supera el obstáculo de los 90 grados como expertos corredores. Enfilan Estafeta con espacios libres en los primeros metros, hasta que la calle se inunda de corredores que esperaban apostados en los soportales. Uno de los toros se distancia de sus hermanos, agacha la cabeza, mira al suelo, y avanza con rapidez hacia ninguna parte, pero con el deseo íntimo de llegar cuanto antes.

La manada se rompe. Los mansos no dan abasto para cumplir con su misión de cada día. Bonitas carreras, eso sí, porque parece esfumado el peligro. Mientras el primero alcanza la meta del ruedo, el último barre el vallado de Telefónica y embiste a varios corredores que siguen sin entender, año tras año, que el margen derecho de la entrada a la plaza es uno de los tramos más peligrosos del encierro. Afortunadamente, no hay heridos, pero sí golpes y contusiones de esos, en apariencia livianos, que no aparecen en las estadísticas, pero dejan secuelas al día siguiente

Acabó el encierro. Descansan los toros hasta las 18.30, cuando suenen los clarines y comience la séptima corrida de la feria. En la puerta de cuadrillas, tres valientes -Diego Urdiales, Manuel Escribano y Alberto Aguilar- que se las verán de cerca, en solitario y sin aglomeraciones con las astifinos pitones de estos toros fieros que no quieren ni ver las llamadas figuras.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_