_
_
_
_
_

El pastiche de Lana del Rey

El gran acierto de Lana del Rey fue su misma creación. Lizzy Grant, una neoyorquina de buena familia nacida en 1986, se transformó en 2011 en lo contrario a su origen, un pastiche posmoderno que ella misma definió como “una Nancy Sinatra gangsta”. Algo así como la Juani en versión gueto blanco de Los Ángeles. El impacto viral de ese personaje la propulsó en cuestión de meses, con tan solo un par de canciones y vídeos caseros colgados en YouTube, de curiosidad a prometedora estrella mundial del pop.

 Su debut, Born to die, en 2012, fue un éxito comercial y desde entonces no gestiona con soltura a su personaje. Solicitada para aparecer en acontecimientos tan diferentes como Sónar, Glastonbury, la boda de Kanye West o una campaña de H&M, se presta a todo y parece arrepentirse de inmediato de haberlo hecho. En cada entrevista, Lizzy Grant cuenta lo desbordada que está por el éxito de Lana del Rey. Admira a figuras trágicas como Amy Winehouse o Kurt Cobain y hace unas semanas remató la jugada con un “desearía estar muerta” que le perseguirá.

Amagó con matar a Lana del Rey. Durante un tiempo afirmó que no habría otro álbum. Aseguraba haber dicho todo lo que tenía que contar. La mera existencia de una continuación le resultaba inconcebible y casi hubiera sido lo mejor visto el contenido de su segundo disco.

El recién editado Ultraviolence es un muy poco sutil intento de demostrar que Lana del Rey es algo más que una fachada, que hay una mente, un alma, y un peso artístico detrás del personaje. Para que quede claro Lizzy no ha ahorrado esfuerzos. Ni sonoros ni visuales. Desde la portada: Si en Born to die era rubia, ahora es morena. Si las fotos del primer disco eran a todo color y su nombre, escrito en enormes letras, acaparaba la atención, en Ultraviolence el retrato, en blanco y negro, está difuminado, su alias no aparece en la cubierta y el título es la única mancha gráfica. El metamensaje de garrafón es claro: olvidad al personaje, lo importante es el contenido.

Y el contenido es decepcionante. En un intento por desmarcarse de la producción contemporánea de su debut ha buscado ayuda en el extremo contrario. El productor, tras varios descartes, fue Dan Auerbach y se ha registrado en el mismo estudio analógico de Nashville en el que el líder de Black Keys ha grabado a Doctor John o al tuareg Bombino.

Quizás hubiera sido más acertado encargar el trabajo a Danger Mouse, el artífice de la conversión de Black Keys de un crudo dúo de garaje rock en un amable grupo de soul rock radiable, porque Auerbach parece perdido. Tal vez porque sus producciones más exitosas han consistido en modernizar a músicos de raíz y aquí se le pedía exactamente lo contrario. La producción suena anticuada, como quitándose de encima este asunto lo más limpiamente posible, dando cuerpo a base de capas y más capas de instrumentos a un material que no se sostiene por sí mismo.

Falla la materia prima. Lana del rey no compone las músicas, solo las letras, y crea las canciones con colaboradores que han tejido alfombras para su lucimiento vocal. Una la firma su novio, Barrie O’Neill, cantante de Kassidy, una ignota banda de Glasgow y tres Blake Stranathan, su guitarrista en directo. El resto se las dividen entre Greg Kurstin y Rick Nowels, dos mercenarios que han compuesto para un amplísimo rango de interpretes, que van de Lykke Li a Sabrina Salerno. De Kylie a Lily Allen.

Con todo este aparataje Lana del Rey pretende convencer de la sinceridad de sus sentimientos. Pero sus modos son tan forzados y la voz está tan impostada que no funciona. Cuando pretende sufrir en vez de transmitir dolor parece una cantante de vodevil gimoteando. No ayuda que Auerbach haya doblado una y otra vez su voz hasta que suena como un coro más que como una solista.

Aunque dice componer desde sus experiencias autobiográficas lo que se escucha es a una serie de personajes tópicos que van de la mujer despechada a la jovencita enamorada. Especialmente sonrojante, por lo sobreactuado, es el momento en que encarna a una especie de Lolita seductora. La culminación del desastre llega con la versión que cierra el álbum: The other woman, un tema que popularizó Nina Simone. Si es un mensaje entre líneas estaría comunicando que es una cantante con personalidad, no un producto de usar y tirar. La realidad es que apenas tiene el el nivel de una imitadora cualquiera.

Y a pesar de esto el disco se ha colado en todas las listas de ventas que importan, El éxito la avala, lo que no parece augurar que en un futuro las cosas mejoren

Lana del Rey, Ultraviolence (Universal)

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_