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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Obélix

Sorprende que los apóstoles del neoliberalismo entiendan el incentivo público a capricho, como una lotería que premia lo que ellos consideran premiable y castiga a los díscolos

David Trueba

La sentencia del Tribunal General de la Unión Europea que obliga al gobierno valenciano a recuperar 274 millones de euros invertidos en atraer rodajes a los estudios de cine de la Ciudad de la Luz puede llevar a la conclusión malintencionada de que nos salió cara la foto de Francisco Camps abrazado con Obélix. Drogota consentido que cayó en la marmita de la poción mágica de niño y el chute aún le dura, Obélix transporta menhires en la palma de la mano en una demostración de poderío que los niños adoran. Pero al verlo abrazado a Camps muchos niños padecieron un cortocircuito que aún está costando horas de terapia superar. Si Ruiz Mateos estuvo a punto de acabar con el mito de Superman, la instantánea del político valenciano cogidito a Depardieu caracterizado de Obélix hizo temblar la Galia a cambio de 4,7 millones de subvención a la producción francesa.

Pero esquivando las malas intenciones, hay que reconocer que la sentencia es una utilísima lección de gestión política que no deberíamos dejar pasar. El tribunal establece que esa inversión pública falseaba la competencia, porque agraviaba a los estudios de cine europeos de capital privado. Algo parecido sucedió cuando las compañías aéreas se rebelaron contra los casi 200 millones de euros que la Generalitat catalana inyectó en Spanair. También hemos sabido que la ahora desenmascarada empresa Gowex recibió más de dos millones de euros en subvenciones españolas. Es decir, que nunca supimos tan poco de las subvenciones a muchos sectores porque no querían que supiéramos.

Sorprende que los apóstoles del neoliberalismo entiendan el incentivo público a capricho, como una lotería que premia lo que ellos consideran premiable y castiga a los díscolos. La sentencia europea afina el concepto a ver si lo entienden de una santa vez nuestros políticos fariseos. Es aceptable incentivar sectores industriales para su desarrollo y para fomentar un comercio justo a salvo de los monopolios y en favor de la pluralidad y el crecimiento nacional, pero no se puede alimentar la competencia desleal. No te puedes saltar la ley ni satanizar la subvención cuando te conviene dañar a un sector ni soltar millones a calzón quitado cuando te encaprichas de esa foto que a lo mejor te da un puñado de votos.

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