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FERIA DE SAN FERMÍN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Torrestrellas de ruina

Muy desdichada ha sido la visita de los toros gaditanos de Torrestrella, que aburrieron hasta la desesperación a casi veinte mil personas

Antonio Lorca
Miguel Abellán en el quinto toro, al que cortó una oreja.
Miguel Abellán en el quinto toro, al que cortó una oreja. Luis Azanza

Muy desdichada ha sido la visita de los toros gaditanos de Torrestrella a los Sanfermines. Por la mañana enviaron a cuatro mozos al hospital, y por la tarde, aburrieron hasta la desesperación a casi veinte mil personas. Ahí es nada. Pero así es la dura vida del ganadero; hace un par de años, esta misma ganadería triunfó a lo grande una tarde lluviosa del abril sevillano, y ayer, por esos misterios inexplicables de la bravura, se ha caído con estrépito en la plaza de Pamplona.

Una corrida guapa de hechuras, seria y con cuajo, de variada capa y astifinas arboladuras; pero un equipo ruinoso, referente de la mansedumbre, de la falta de clase, de casta y nobleza; solo los dos últimos toros aliviaron el dolor de su criador, pero tampoco su comportamiento —más franco que el de sus hermanos— sirvió para recuperar la esperanza.

Menos mal que San Fermín es un antídoto contra el aburrimiento; mientras la sombra se muestra tan circunspecta que parece que ni siente ni padece, el sol endulza las penas con las viandas y el jolgorio, de modo que lo que sucede en el ruedo, aun siendo tan insoportable como lo ocurrido con estos toros, pasa desapercibido.

TORRESTRELLA/FERRERA, ABELLÁN, LUQUE

Toros de Torrestrella, bien presentados, muy mansos, deslucidos y descastados.

Antonio Ferrera: estocada (silencio); estocada contraria (silencio).

Miguel Abellán: estocada (silencio); estocada baja (oreja).

Daniel Luque: estocada (silencio); estocada trasera y tres descabellos (silencio).

Plaza de toros de Pamplona. 7 de julio. Primera corrida de feria. Lleno.

Y hubo toreros, no se olvide. Los tres estuvieron a la altura de la exigencia de la categoría de esta feria, y entre ellos sobresalió, por un lado, la vergüenza, la entereza, la dignidad y el ejemplo de un Miguel Abellán, que estuvo casi toda la corrida mermado de facultades por una posible rotura de los abductores del muslo derecho; y por otro, la solvencia, el poderío y las ideas claras de Daniel Luque que ha hecho bueno el dicho de que “un triunfo en Madrid te da dos meses de tranquilidad”.

Abellán también triunfó en San Isidro, aunque el buen sabor de boca que dejó le costara sangre y el atropello de un toro que casi lo envía a la andanada. Pero Abellán reaparecía tras un tiempo de descanso y el paso por un programa televisivo, y necesitaba dar un toque de atención. Ahora, volvía a Navarra con un catéter a causa de su dolencia en los riñones que le obligará a pasar de nuevo por el quirófano el miércoles, y además, tras entrar a matar a su primero se resintió de un problema muscular que requirió de atención médica. Cojeando ostensiblemente salió a lidiar al quinto de la tarde, y solo el noble comportamiento del animal, ayuno de calidad, le permitió trazar una faena aseada a media altura y una tanda de dos molinetes y tres redondos con sabor. No es que la faena fuera de oreja, pero sí merecía un premio su pundonor. Recibió a su primero con una larga cambiada de rodillas en el tercio, y también de hinojos inició la faena de muleta, pero su oponente era una birria, extenuado, con un metro de lengua, que se desplomó a todo lo largo en la arena y hubo que tirarle del rabo para que recuperara una mareante verticalidad.

Fácil y seguro se mostró toda la tarde Daniel Luque, que solventó la papeleta con aparente facilidad, sin dar importancia a su deslucido lote, seguro y asentado, con la confianza que se toman los toreros cuando han alcanzado con éxito una cima dificultosa. Sin atisbo de clase se comportó su primero, al que lidió con la muleta siempre por delante, y estuvo muy encima del sexto, pero su más que aceptable labor la emborronó con el descabello.

Y pasó de puntillas Antonio Ferrera. No tuvo toros, es cierto, pero se mostró a medio gas, como si aquello fuera un trámite más, sin gracia ni fondo. Ningún recuerdo dejó con el capote, no brilló con las banderillas —siempre a toro pasado, sin la alegría de ocasiones precedentes y con un fallo estrepitoso al quiebro ante el cuarto— ni nada dijo con la muleta en las manos. Bueno, decir sí dijo: le brindó un toro a su subalterno herido Manolo Rubio, y Abellán y Luque, se lo dedicaron al convaleciente David Mora. Todo un detalle.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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