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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Chapuza

Tras la avería del Rey Juan Carlos, el Parlamento español optó por la chapuza. Así al menos definió su presidente, Jesús Posada, la aprobación de urgencia del aforamiento del monarca

David Trueba

En España, cuando alguien sufre una avería en su domicilio, aparece un operario que rápido detecta el mal y ofrece dos soluciones. Yo se lo puedo arreglar para salir del paso con un apaño de urgencia, explica, o podemos inclinarnos por una opción más cara, pero eso sí, que le dure toda la vida. Y ante una oferta tan contundente no hay nadie que dude. ¿O sí? Pues ante una oferta parecida, tras la avería del Rey Juan Carlos, el Parlamento español optó por la chapuza. Así al menos definió su presidente, Jesús Posada, la aprobación de urgencia del aforamiento del monarca. Y aunque matizó su palabras, la incapacidad del gobierno para sumar fuerzas delata que el comentario puede pecar de chocante, pero no de insincero.

La chapuza es una forma de artesanía a la que los españoles recurren por dos razones principales: la urgencia o la torpeza. En ocasiones ambas van de la mano, creando un engendro formidable que más que arreglo se convierte en otra avería aplazada. Pues en este caso no parece improbable que el apaño cause algún disgusto en breve plazo, porque si alguien cuestionaba el inamovible asentamiento monárquico encontrará nuevas razones en la prisa loca, la falta de acuerdo plural y las formas poco rigurosas. Veremos qué sucede en la tramitación del Senado, pero el señor Posada ha desempolvado una palabra que será difícil quitarle de la boca a los opositores a la reforma legal de urgencia e incluso a quienes muestran un escaqueo tibio.

Ocasión perdida para replantearse el aforamiento, una epidemia que distingue a los servidores del Estado español de los de casi cualquier país del mundo. La chapuza empieza a ser el modus operandi de quienes ganaron las elecciones con una oferta incolora de buenos gestores, esa promesa de aparcar la batalla ideológica para centrase en el manejo de la administración y que casi siempre oculta una deriva opuesta. La chapuza es una institución española y quizá ha llegado la hora de proteger a sus profesionales, que están representados en todos los sectores y estamentos, por un aforamiento especial. No vaya a ser que para nuestra sorpresa, en el futuro, alguien responsable de una chapuza tenga que asumir las responsabilidades de su desaguisado. Sería algo muy poco nuestro.

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