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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Huevos de oro

Las marcas tienen que entender que el fútbol ofrece éxtasis colectivo, esfuerzo ejemplar y hasta grandiosidad en la derrota, pero hay más sustancia ahí fuera

David Trueba
La selección española, en un entrenamiento.
La selección española, en un entrenamiento. Alejandro Ruesga

El mecanismo de la admiración es imprescindible. Admirar es aspirar a ser mejores, reconocer en otro lo que somos incapaces de alcanzar. Un país que no admira sería un país sin futuro. Se ha especulado mucho con las pérdidas económicas de España tras su eliminación temprana en el Mundial. A nadie se le escapa el agujero contable de los canales de televisión que compraron los derechos. Tampoco esos saldos de camisetas y banderolas. Y la pérdida para periodistas dedicados a nuestro fútbol que ya no tienen nada que escribir en medios extranjeros. Pero más grave es la debacle en las campañas publicitarias, pues algunas se han convertido sin quererlo en antianuncios, que aspirando a vender un producto asociado al éxito de un futbolista son ahora releídos como estampa de un fiasco.

Hemos visto campañas suprimidas y ocultamientos de caras asociadas a la derrota para no sacrificar por completo el concepto de anuncio. Ha habido una urgente reescritura mientras llega el recauchutado del concepto de derrota como estímulo. Pero quizá la reflexión general, con tantas campañas de verano ahora fallidas por estar ideadas sobre la imagen de futbolistas, tendría que orientarse a denunciar una obsesión que no era sana. No era normal que todo se quisiera vender con un futbolista asociado a la marca. Seguros, helados, bancos, relojes, refrescos, ropa, perfumes, coches y hasta casi la recuperación del orgullo patrio, ya que tal bobada no es otra cosa que espejismo propagandístico.

Además, la saga interminable de futbolistas internacionales que han tenido un comportamiento miserable durante el Mundial, desde la exigencia desmedida de dinero hasta idéntica exigencia de titularidad y protagonismo, desde la vanidad infantil exhibida urbi et orbi hasta la sorprendente antideportividad de profesionales consolidados y la grotesca defensa de esas actitudes desde el patriotismo mal entendido, nos muestra que la gallina de los huevos de oro anda demasiado explotada. Podemos admirar otras personas y otros triunfos. Las marcas tienen que entender que el fútbol ofrece éxtasis colectivo, esfuerzo ejemplar y hasta grandiosidad en la derrota, pero hay más sustancia ahí fuera esperando a publicitarios con verdadera creatividad que no lo pierdan todo cuando la pelota se niega a entrar.

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