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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A degüello

No sabemos cómo terminará la guerra entre el juez Castro y el fiscal Pedro Horrach, pero está claro que las heridas serán imborrables

Carlos Boyero
El juez José Castro (izquierda) y el fiscal Pedro Horrach.
El juez José Castro (izquierda) y el fiscal Pedro Horrach.tolo ramón

El enfrentamiento por razones enigmáticas, transparentes o tenebrosas en un trágico momento de su existencia y a perpetuidad entre dos hombres que fueron no sólo amigos sino que ejercieron juntos labores peligrosas, de auténticos profesionales, a este lado de la ley o al otro, es un tema que ha alimentado con algunos resultados eximios a la literatura y al cine. También ocurre en la vida, aunque en esta el desenlace nunca posee aliento lírico o grandioso sino que acostumbra a ser sórdido.

No sabemos cómo terminará la guerra entre el juez Castro, alguien al que deseas emparentar con el Llanero Solitario y alimentar la creencia infantil de que en el mundo real hay gente que se enfrenta al poder en nombre de la justicia y la verdad, y el fiscal Pedro Horrach. Pero está claro que las heridas serán imborrables, que la convicción del juez de que una hija y hermana de reyes esta enfangada hasta el alma en variados tipos de corrupción y la furibunda negativa del fiscal (qué paradoja, qué fiscal tan raro) a creer en la culpabilidad de la sonriente dama rubia, supondrá para unos hombres que durante largo tiempo combatieron juntos para desenmascarar a los villanos isleños un desencuentro sin retorno.

Un amigo mío que ha seguido por razones de trabajo la trayectoria profesional del juez y del fiscal se escandaliza de mi dogmatismo al tener tan clara la identidad del bueno y del malo, asegurándome que todo debe de ser complejo en las razones de ese fiscal que alguna vez fué modélico al embestir contra su antiguo colega insinuando que prevarica.

Mi teoría, por supuesto, es tan simple como maniquea. Sólo admito tres causas en su certidumbre de que la esposa del espigado buscavidas es inocente de los chanchullos de este. Son estas. El fiscal se limita a cumplir las ordenes que le llegan desde la jefatura del Estado (hace tiempo que Rajoy afirmó con la autosuficiencia del que maneja todos los hilos su absoluta convicción de que a la Infanta le iría bien), que jamás consentiría que la incorrupta sangre real sufriera amenaza de trullo. O bien al fiscal se le ha ido la olla o sus entenderas son cortísimas si se empeña en negar lo que es evidente. O bien, se ha enamorado de su defendida, con la consiguiente obnubilación de la mente que puede causar ese opiáceo sentimiento.

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