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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hispanistas de ficción

La novela de campus en lengua castellana no es un mero remedo de su hermana mayor en inglés

Togas y birretes negros, edificios neogóticos, bibliotecas inabarcables con la mirada, fraternidades estudiantiles con acceso directo al poder, catedráticos con irrefrenable atracción hacia sus estudiantes —los tocayos David Kepesh y David Lurie, hijos de ficción de Philip Roth y J. M. Coetzee, sirven como inmejorables muestras de catedráticosde ficción a los que el deseo hizo dar tremendos volantazos—. Este imaginario y su cotidianidad no exenta de miserias y violencia soterrada han sido ampliamente reflejados por la narrativa angloamericana en el género conocido como "novela de campus", un rito de pasaje para un gran número de escritores. Sirvan como ejemplo Nabokov, Lorrie Moore o Jeffrey Eugenides. Tocaría aquí lamentarse y pensar que, salvo un Javier Marías que nos habla desde los céspedes de Oxford en Todas las almas, es improbable que se desarrolle este género en castellano, al no contar ni España ni América Latina con ese modelo de campus-burbuja, una versión académica de Seahaven, el pueblo de El show de Truman. Pero la proliferación de departamentos de español en las universidades estadounidenses desde los sesenta ha llevado a un buen número de letraheridos hispanohablantes de ambos lados del Atlántico a esos cientos de campus esparcidos por el inmenso país norteamericano, en una especie de mili civil por la que muchos escritores o licenciados en Literatura Hispánica desean pasar.

Como sus lectores comprobarán, la novela de campus en lengua castellana no es un mero remedo de su hermana mayor en inglés, sino una variante del género, al que aporta como elemento idiosincrásico el extrañamiento de los personajes recién aterrizados en esos paisajes, a menudo aislados en el medioeste de la geografía estadounidense, como les ocurre al protagonista de Ciudades desiertas, del (mexicano) José Agustín, y al de Donde van a morir los elefantes, del (chileno) José Donoso. Ya los títulos de estas dos novelas resultan expresivos acerca de lo que nos encontraremos: peripecias que transcurren en ciudades o poblachones anodinos donde, para bien y para mal, no hay ningún tipo de distracción. Esto permite a sus autores concentrarse en la escritura en sí, y a sus personajes, escudriñar las inquietantes situaciones en los departamentos de español de esos campus que, en palabras del narrador de El camino de Ida, de Ricardo Piglia, “han desplazado los guetos como lugares de violencia psíquica”.

Una misión que se autoimponen los narradores de estas crónicas es trazar un mapa del hispanismo, de las luchas intestinas entre peninsularistas y latinoamericanistas, de sus artículos y tesis de temas tan insólitos como “la figura del gaucho en la literatura gauchesca”, según parodia Antonio Orejudo en Un momento de descanso. Abundan también los guiños al spanglish y a esos angloamericanos que manejan un castellano de superproducción mal doblada, así como hilarantes escenas en que los protagonistas de habla hispana se dan de bruces contra el tono de corrección política imperante, protagonistas que no pueden evitar una sensación de ajenidad, ya sea ante el helado que se toma la lugareña Ruby en Donde van a morir los elefantes —“una exótica combinación de mora con frambuesa y pistacho, con sabor a neumático”— o ante Becky, el tipo de norteamericana que acude a recibir a Gonzalo Zuleta, el protagonista de la novela de Donoso: “Muchacha fría y locuaz, de grandes anteojos y cordialidad envuelta para regalo”. Pero sobre todo la novela de campus hispánica es y continuará siendo uno de los territorios más propicios para reflexionar acerca de cómo se lee hoy la literatura en castellano.

Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) acaba de publicar la novela El genuino sabor (Literatura Random House).

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