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Literatura de alta velocidad

Rachel Kushner es la última revelación de las letras estadounidenses gracias a ‘Los lanzallamas’

Nueva York -
La escritora estadounidense Rachel Kushner.
La escritora estadounidense Rachel Kushner.

Reno, la narradora de Los lanzallamas, tiene 23 años y su última obsesión es probar vehículos que alcanzan los 500 kilómetros por hora en las pistas de sal de Bonneville. En un intento por descifrar el enigma de la velocidad, tras las pruebas fotografía las huellas que han dejado las llantas en el suelo. “Las llanuras de sal de Utah, Nevada y Oregón son uno de los paisajes esenciales de mi infancia”, dice Rachel Kushner, en un café de Greenwich Village. Habla de su segunda novela, una de las más innovadoras de los últimos años, según la crítica norteamericana. “En invierno, un manto de nieve cubría por completo la llanura y en verano, cuando la sal se endurecía, venía gente de todas partes a probar las máquinas más veloces del planeta. Mis padres eran hippies nómadas”.

"Vivíamos en un autobús escolar con el que atravesamos muchas veces las llanuras de sal. Todos los inviernos nos parábamos en una gasolinera donde tenían un árbol de postales con fotos de Craig Breedlove, el legendario corredor que tenía en su haber varios récords del mundo de velocidad. Mi padre tenía una Vincent Black Shadow, una moto inglesa muy antigua. Íbamos a ver las carreras a los circuitos de Eugene. Era un mundo fascinante, y hasta hoy me siguen inspirando mucho respeto los mecánicos que entienden aquellas máquinas tan complejas y delicadas. Se construían prototipos destinados a probar niveles de velocidad cuyo soporte conceptual era la tierra misma. Es algo muy bello y muy extraño. Nunca olvidaré el brillo de las carrocerías contra el blanco inacabable de la nieve y la sal, una concreción inacabable de la idea de pureza. No se ve ni una mancha en la distancia infinita".

El segundo paraje esencial de la vida y la imaginación de Rachel Kushner es Nueva York. Allí es adonde se traslada la motera que protagoniza Los lanzallamas, dispuesta a abrirse paso en el mundo del arte. “Mi padre nació en Nueva York. Íbamos mucho allí, y desde niña he estado expuesta a los círculos artísticos de la ciudad. Los 70 es una época fascinante. Nueva York era entonces apocalíptica y post-industrial, un hervidero de tensiones políticas y sociales”.

Es una de las obras más innovadoras de los últimos años, según la crítica

Resulta asombrosa la naturalidad con la que Kushner hace que convivan en su novela elementos que en principio parece imposible conciliar: la pasión por las motos, el convulso mundo de la creación artística, y el radicalismo político de los años 70, tanto en Nueva York, como en Italia, el tercer escenario de la novela.

Nacida en Eugene (Oregon) en 1968, Rachel Kushner estudió economía en la universidad de California. Lo primero que hizo nada más independizarse fue comprarse una Guzzi de alta cilindrada y unirse a los grupos de moteros de su zona, sin abandonar su pasión por el esquí. Su andadura laboral incluye trabajos como promotora de conciertos de rock y editora de revistas literarias independientes. Se inició en la literatura tomando clases de escritura en Columbia University, donde estudió, entre otros, con Jonathan Franzen. Su primera novela, Telex from Cuba (2008), fue finalista del Premio National de Literatura.

Es posible que su absoluta originalidad como narradora guarde relación con el hecho de que no lee a sus contemporáneos: “La vida es demasiado corta y hay que elegir bien. Son muy pocos los escritores que quedarán. Don DeLillo es una excepción. Admiro su integridad artística. Su profundidad, rigor y austeridad son algo muy poco frecuente. Cada novela que saca es algo absolutamente extraño y novedoso, ajeno a las ideas imperantes. Es muy generoso con los escritores que empiezan. Me escribió una carta muy alentadora a propósito de mi primer libro".

La crítica ha señalado con insistencia que la manera de escribir de Rachel Kushner supone una renovación de la literatura escrita por mujeres. La novelista no se siente cómoda con la idea. “Fijarse en si quien escribe es hombre o mujer me parece problemático. El arte es otra cosa. El artista no telegrafía su género ni su subjetividad. De niña me sentía devastada cuando me decían que algo era solo para chicos. Enseguida comprendí que no podría atraerlos hasta que hubiera aprendido a amoldar mi feminidad para ellos. Una vez que aprendes eso no hay vuelta atrás. Por supuesto, puede haber un cociente de género que informa mi trabajo y ser algo a lo que respondo o con lo que me identifico. Pero darle un valor absoluto, equivaldría a obviar mi capacidad para responder de manera completa y total a una obra literaria que da la casualidad de que está escrita por un hombre. Cuando conectas profundamente con un creador del calibre de Joseph Conrad, Celine, DeLillo, o Bolaño, o bien el lector es un ser asexuado o el sexo tiene márgenes más amplios que los que estamos acostumbrados a reconocer”.

Sin ‘Los detectives salvajes’ de Bolaño no habría podido escribir esta historia”

En algún momento tenía que aparecer el nombre de Bolaño, autor cuya influencia sobre las nuevas generaciones de escritores norteamericanos es incalculable aunque no haya sido suficientemente calibrada aún. Kushner proclama con orgullo que su marido y ella fueron los primeros en publicar al chileno en revistas literarias independientes, como Grand Street.

“Los detectives salvajes fue una revelación. Si no lo hubiera leído no habría sido capaz de escribir Los lanzallamas. Validó mis ideas. 2666 confirmó lo que había sentido. Los dos libros constituyen un tapiz único y plantean las mismas preguntas acerca de la naturaleza del mal. Son dos fantasías distintas. Como instrumento de indagación a la hora de formular la pregunta esencial, 2666 es más maligna y fosforescente, mientras que Los detectives salvajes plantea una búsqueda más inocente, pero la pregunta es la misma".

No es fácil resumir el abanico de preocupaciones que se abordan en Los lanzallamas, una novela cuyo mayor logro es la espectacularidad del lenguaje, capaz de dominar un extraordinario rango de registros. Un aspecto importante es la preocupación política, que jamás se plantea de modo directo. Lo interesante de una novela como Los lanzallamas es que funciona al margen de los infinitos condicionamientos a que están sometidos la literatura y el arte. “Hay que distinguir. En el caso de la literatura, la presión del mercado es obvia, aunque de un modo más tenue que en el mundo del arte, cuya dependencia del mercado es tan absoluta que el único arte válido que se produce hoy es un metacomentario del mercado que lo sustenta. Las cosas más interesantes que están ocurriendo en el mundo del arte las hacen los que muerden la mano de quien les da de comer. El arte está tan centrado en su relación con el capitalismo que es la única manera de romper el círculo vicioso. La paradoja es que no está claro que eso sea arte de verdad”.

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