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crítica | días de vinilo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mejor melodía

No se toma ninguna molestia en ocultar su condición de variable porteña de 'Alta fidelidad'

Fotograma de 'Días de vinilo'.
Fotograma de 'Días de vinilo'.

Al igual que Mi primera boda (2011) de Ariel Winograd, Días de vinilo es una comedia argentina que no oculta deudas directas con reconocibles modelos anglosajones: si aquella intentaba armonizar los ecos de la screwball con la puesta al día de la comedia esponsalicia a la manera de P. J. Hogan, la ópera prima de Gabriel Nesci no se toma ninguna molestia en ocultar su condición de variable porteña de esa Alta fidelidad (2000) que Stephen Frears levantó sobre el imaginario de Nick Hornby. El material de partida —visión coral de la inmadurez masculina frente a la exigencia de responsabilidad; todo ello sobre el telón de fondo del fetichismo de los discos de vinilo— no es ningún dechado de originalidad, pero la ejecución es enérgica y a la propuesta no le falta carisma, aunque al conjunto le hubiese ido mejor incorporar más verdad que confiarlo todo (o casi) a la fórmula probada.

DÍAS DE VINILO

Dirección: Gabriel Nesci.

Intérpretes: Gastón Pauls, Fernán Mirás, Rafael Spregelburd, Ignacio Toselli, Inés Efrón, Maricel Álvarez.

Género: comedia. Argentina, 2012.

Duración: 110 minutos.

Nesci había sido el creador de la celebrada serie Todos contra Juan (2008), donde Gastón Pauls encarnaba a una exestrella adolescente en fase crepuscular, embarcada en el frustrante empeño de recuperar la fama. Todos contra Juan fue una de las fuentes de inspiración de ¿Qué fue de Jorge Sanz? (2010) y, en ella, algunos famosos se interpretaban a sí mismos —al modo de Extras (2005-07) de Stephen Merchant y Ricky Gervais— aportando autorretratos muy poco favorecedores. El papel de Leonardo Sbaraglia en Días de vinilo retoma esa clave de humor, pero todo lo que le rodea es bastante más manso y convencional. La reescritura del mito de Yoko Ono que asume una de las líneas narrativas y el presente profesional del personaje encarnado por Rafael Spregelburd —artesano de la canción ligera funeraria— pueden contarse entre los medianos hallazgos de una propuesta más interesada en sus propias dinámicas de conformidad que en su potencial para marcar la diferencia.

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